¿No ve que tiene aires de metrópoli? ¿No ve que nos busca cada día para descubrirla, para admirarla? Rutina y todo nos obliga a mirar sus teleféricos que cuelgan cual cuentas de un rosario desde arriba, o sus vértigos suicidas desde las orillas de sus puentes hacia abajo. Los amores prohibidos han esparcido en sus rincones besos y lujurias y por la senda de los amanecidos se derraman los olores del anticucho, el despecho y el frío que coagula.
Incluso
antes de ser ciudad maravilla, el Illimani elevaba su pinta soberbia para
mirarnos por encima de sus tres hombros. Está más bello que nunca, soplándonos
su ventisca helada desde su trono en el altiplano, pero como si estuviera ahí
cerquita y se le pudiera acariciar tan solo estirando la mano. Ni siquiera los
esbeltos mamotretos de cemento se atreven a igualarlo, así se eleven hasta
hacer en todas las calles sombra, frío y ventolera.
En esta
ciudad única se disputan el día a día las cebras, los pumas, los asesinos del
volante, las caseras, los agachaditos, las secretarias capataces, los
aparapitas, los beneméritos extintos, los fokloristas, los rentistas, los
corruptos, los suspiros homosexuales, los lustrabotas sin rostro, los turistas
en sandalias, los diplomáticos descoloridos, los hinchas del Tigre y del
Bolívar, los “jailones”, los intelectuales, los basurales, las trancaderas, los
giles, los vivos, los olvidados y los librecambistas; todos quedan embriagados;
boquiabiertos miran la noche del cielo volteado en la que se convierte la hoyada
una vez que el sol se ha metido en sus entrañas. En cambio, bajo el
imperturbable azul de su firmamento, todos nos vemos como hormigas,
desesperadas, pedacitos de rutina, trabajadores incansables de la fatiga, de las
angustias cotidianas; reclusos del tiempo que juguetea con nuestras prisas;
solo el silencio de sus domingos nos enjuga los sudores de la semana, del apuro
citadino con el que cada día nos conquista.
Así te
quiero, mi ciudad prestada; así te admiro desde mi caparazón quirquincho y mis
nostalgias de diablada. Interminables años de libertad te deseo y que nunca cesen
tus misterios ni huyan tus fantasmas, que no amaine la locura en la que nos envuelves, así venga la modernidad montada en
teleférico y con ínfulas metropolitanas.
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