La columna rota


El desafío de la distancia

El Distanciamiento Físico - Imagen gratis en Pixabay

Ana Rosa López Villegas

Pablo Maurette es un escritor, guionista cinematográfico y profesor de literatura argentino que en 2017 le dedicó un libro entero al sentido del tacto. El libro que lleva por título El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto, rescata la importancia del contacto físico en sus diversas formas y apelando a las aún más diversas connotaciones culturales que éste pueda tener. Maurette señala en su texto que “la piel es la frontera infranqueable que a un tiempo nos separa del mundo y nos conecta con él”. Y según explica, “los hábitos táctiles de los pueblos son esenciales a la hora de adentrarse en ellos”. Siguiendo su planteamiento, podemos afirmar que tampoco es desconocido el hecho de que la distancia física la determina cada ser humano dependiendo del tipo de relación y de intimidad que tenga con las personas que le rodean.

En las circunstancias actuales, en todas partes del mundo se ha instalado la distancia física como una medida de bioseguridad. Muy poco importan en este momento los lazos afectivos que tengamos con otros seres humanos, el distanciamiento físico se ha hecho norma. Mucho antes de esta crisis sanitaria global, la distancia parecía no ser un obstáculo para estar en contacto con nuestros seres queridos, amigos, familiares o colegas de trabajo. Las nuevas tecnologías y la infinidad de redes sociales virtuales redujeron esas distancias que parecían infranqueables y nos permitieron reencontrarnos con personas a las que no veíamos hace tiempo o de las que no teníamos ninguna información. La distancia a la que hoy nos obliga el coronavirus tiene sin embargo, un sabor muy distinto. Es un sabor amargo y cuenta con presencia real en nuestras vidas. Las colas que se forman en las puertas de los supermercados, en los mercados, en las farmacias y otros puestos de venta de lo más esencial nos confinan a dos metros de distancia como mínimo de nuestro prójimo. Son dos metros que en algunos casos podrían hacer la diferencia entre la salud y la enfermedad, claro, solo en caso de que esta regla sea respetada de manera disciplinada.

Sin pensamos en lo que fue nuestra vida normal hasta hace menos de un mes, dos a lo sumo en otras regiones del mundo, la distancia física nunca fue un tema ni de conversación y menos de preocupación. Caminar por las calles, dentro del mercado o en un centro comercial y estar a un escaso medio metro de distancia de otras personas formaba parte de una realidad que no requería de reflexión, se daba de manera natural. Rozar brazos, codos y piernas en situaciones sociales cotidianas era parte de nuestra forma involuntaria de ser.  

Así la distancia física se ha convertido en un desafío en nuestra vida cotidiana, un desafío que se hace más grande si nos ponemos a pensar en los miles y miles de niños y jóvenes en edad escolar que en este momento tienen que “aprender” en casa. Las escuelas y los colegios están vacíos, las pizarras desnudas de trazos y las tizas intactas. Los timbres y las campanas no llaman al recreo y no hay ningún bullicio que aplacar. El ambiente que ofrecen un aula o un salón de clases para la enseñanza-aprendizaje es un espacio lleno de vida y muy dinámico. Se trata de un sitio en el que el contacto físico se da de forma espontánea. Nos referimos a un lugar en el que el maestro o la profe se mueven como pez en el agua y los estudiantes, de acuerdo a sus características y distintas formas de aprender, se desarrollan en parte gracias al contacto con otros niños de su edad. En casa las condiciones son muy distintas y las distracciones más frecuentes. Ya no se trata solo de hacer una tarea de matemáticas o de lenguaje, hoy los escolares se ven enfrentados a organizar su tiempo para rendir en todas las materias del colegio. Y así como hay diferentes caracteres entre los niños, también hay distintos tipos de padres y madres; unos tendrán más paciencia que otros, quizá algunos descubran que la enseñanza puede ser apasionante y habrá otros que valoren aún más el trabajo que hacen los maestros diariamente en las aulas. En cualquier caso, estamos frente a una educación a distancia improvisada que, aunque obligada por las circunstancias, está enfrentándose a la urgente necesidad de reinventarse y plantearse una mejor forma de llevar la escuela a la casa.

Hoy son los padres y madres quienes tienen que estar pendientes de correos electrónicos de los profesores, imprimir las tareas (en el afortunado caso de contar con una impresora), explicarlas y en algunos casos hasta controlarlas.  Y no solo la escuela se ha marchado a la casa, en muchísimos casos también lo ha hecho el trabajo o el desempleo de muchos padres y madres que seguramente se sienten agobiados con  la responsabilidad laboral y la preocupación por la salud de sus familias. En esas condiciones, tanto el trabajo como la educación se enfrentan a un reto mayor: el de la paciencia.
Son tiempos difíciles, tiempos de distancia. Busquemos en ellos la mejor manera de llevar adelante este aislamiento que nos permitirá disfrutar con el sentido olvidado todos nuestros futuros reencuentros.

*Comunicadora social
Twitter: mivozmipalabra


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