La columna rota


No tengo nada que decir

Los dos protagonistas del golpe de 1980

Ana Rosa López Villegas*

El mes de marzo se llevó la vida de varios bolivianos, varios de ellos fueron víctimas del coronavirus. Aunque algunos otros murieron por causas distintas, para todos se repitió la misma despedida, solitaria y alejada de familiares y amigos que no pudieron darles el último adiós debido a la cuarentena obligatoria. Ese también fue el caso de Luis Arce Gómez, conocido como el ministro de la cocaína durante la sangrienta dictadura de Luis García Meza entre 1980 y 1981.

Arce Gómez murió a la edad de 82 años y según el reporte médico, su deceso se dio a causa de una insuficiencia renal y un shock séptico, además sufría de una diabetes tipo 2 que lo tenía postrado en una silla de ruedas desde hacía varios años. Diez días antes de su fallecimiento, el exmilitar había presentado una descompensación general de la que ya no pudo salir adelante. En malas condiciones de salud fue trasladado desde su encierro en la cárcel de alta seguridad de Chonchocoro en La Paz hasta el Hospital de Clínicas de Miraflores.

Los medios no han revelado si el fallecido dejó un testamento o no, pero para muchos bolivianos queda en la memoria la grotesca amenaza que el otrora ministro del interior del garciamecismo lanzara para todo aquel que irrespetara el estado de sitio: “Caminar con el testamento bajo el brazo”. La amenaza fue más que eso;  fue una promesa de muerte en el caso del líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz o del sacerdote jesuita Luis Espinal o de los ocho dirigentes del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) que fueron asesinados en la masacre de la calle Harringtón u otros tantos otros que buscaron hacerle frente a una de las etapas más oscuras del siglo XX boliviano.

En la celda 207 del bloque A de Chonchocoro, Arce Gomez pasó los últimos años de su vida que transcurrieron de un encierro a otro. A la edad de 71 años y después de cumplir una condena de 15 años en los Estados Unidos por delitos de narcotráfico, el ex coronel fue extraditado a Bolivia. El 9 de julio de 2009 pisó la tierra que lo viera nacer y en la que su nombre enlutó a decenas de familias bolivianas que perdieron a sus seres queridos a principios de los años 80. Algunos días más tarde, la justicia boliviana lo sentenció a 30 años de cárcel sin derecho a indulto por delitos de lesa humanidad y genocidio. “No tengo nada que decir”, expresó entonces el detenido y con esa misma soberbia se llevó a la tumba la verdad sobre el paradero del cadáver de Quiroga Santa Cruz.

Arce Gómez había cumplido apenas 10 años de encierro de los 30 que le correspondían y aún así la vida no le hubiese alcanzado para cumplir además, la cadena perpetua a la que la justicia italiana lo condenó en julio de 2019 junto a otros 24 represores sudamericanos acusados por la desaparición y muerte de 23 opositores izquierdistas de origen italiano durante el sanguinario Plan Cóndor. Este plan se reveló como una de las mayores organizaciones estratégicas de alcance internacional en la que estaban directamente involucradas las dictaduras de Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay y sus respectivos servicios de inteligencia militar. Tampoco es un misterio que la denominada operación Cóndor que se extendió a lo largo de la década de los 70 contó con el aval y la ayuda del departamento de inteligencia de los Estados Unidos, la famosa CIA, cuyo objetivo era el de hacer desaparecer a todos los opositores de izquierda de Sudamérica.

¿Por qué deberíamos dedicarle estas líneas a un hombre como él? En primer lugar porque hay pueblos que carecen de memoria histórica y muchas veces se olvidan de quienes protagonizaron los capítulos más oscuros y cruentos de la historia. En el caso de Arce Gómez nos referimos a un ser enfermo de maldad y odio desmedido, un déspota que no dudó en asesinar o mandar a asesinar a inocentes. Nos referimos a quien en su momento llamaría “su maestro” a uno de los más detestables criminales nazis que haya existido en la historia, se trata de Klaus Barbie rebautizado Altmann durante su estadía en Bolivia, el llamado el “Carnicero de Lyon” por haber sido el torturador de prisioneros franceses en dicha ciudad.  

La relajada y acaudalada vida de Barbie como representante de una empresa alemana en Bolivia, fue además subvencionada por el propio Servicio Federal de Inteligencia/Información alemán (SFI) con una mensualidad de 500 marcos alemanes, remuneración que el “carnicero” recibía por su labor como agente informante. 35 informes envió Barbie al SFI a lo largo de su exilio en Bolivia, reportes sobre la situación política y económica del país y especialmente acerca de las tendencias comunistas y las agrupaciones políticas de izquierda. Las informaciones consideradas especialmente interesantes por el SFI, fueron además gratificadas con sendos bonos; Barbie recibió incluso una indemnización de 5300 marcos alemanes al culminar sus labores de informante.  El SFI protegió en su exilio boliviano al "Carnicero de Lyon" sin importarle todos los crímenes de lesa humanidad que éste había cometido durante la II Guerra Mundial. Y este siniestro personaje se convirtió en un estrecho confidente de Arce Gómez cuya muerte no salda sin embargo, el rastro de horror que dejó su aciaga tiranía.

*Comunicadora social
Twitter: mivozmipalabra

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