Luchita, así le
llaman los chicos a la caserita que vende dulces, galletas y refrescos en la
puerta del colegio al que asistían mis hijos en La Paz. Además de ser muy
querida, todos necesitaban de ella, es decir que también formaba parte de la
comunidad escolar. Me pregunto qué estará haciendo en estos días de cuarentena
sin su puesto y sin las docenas de niños y adolescentes que la revoloteaban
como abejas sobre el panal. ¿De qué estará viviendo?
Pienso en
Eugenia, el hada madrina que trabajaba en casa, la domadora del desorden, guardiana
de la limpieza, la encargada de preparar nuestros alimentos y de hacer
desaparecer las montañas de ropa de todas las habitaciones. La necesidad la obligó
a vender comida en El Alto arriesgándose a contraer el virus en los peores
momentos de la pandemia. Una vez más vuelvo a valorar cada minuto de su tiempo,
de su esfuerzo y de su dedicación.
Pienso en la
enfermera de Roboré que falleció a causa del coronavirus dejando a tres niñas
en la orfandad y en el personal de salud femenino que no cuenta con el material
de bioseguridad necesario para la atención de los enfermos afectados por el Covid-19.
Enfermeras y médicas que no descansan y que tiene que pasar las noches fuera de
casa para evitar que sus seres queridos se contagien.
Pienso en todas
las niñas y madres que viven situaciones de maltrato familiar y que están
obligadas a transcurrir estos días de encierro con sus agresores o potenciales
agresores. Para dar solo un dato: “desde el inicio de la cuarentena hasta el 20
de abril, el Ministerio Público de Bolivia registró 867 casos de violencia
intrafamiliar en los hogares, cuyas víctimas fueron niñas, niños, adolescentes
y mujeres”. La crítica situación de salud que se vive ha hecho que estos grupos
desde ya vulnerables se tornen aún más frágiles y está visto que este tema no es
una prioridad del gobierno de transición que en este momento necesita con urgencia
de un aspirador de corrupción y de una brújula gigante para colgar en las
puertas del ministerio de salud.
En nombre de ellas
pienso en todas las mujeres, trabajadoras, empleadas, profesionales y no que
durante esta pandemia han tenido que multiplicarse en su rol de madres para
hacer también de maestras, de asistentes técnicas, de agentes de información
escolar, de amas de casa, de todólogas. No salten los varones que comparten
todos esos deberes en sus hogares sin necesidad de que se los pidan o sin considerar
que están ayudando cuando la responsabilidad en realidad es de dos. Hoy me
dedico a las mujeres que están agotadas y se sienten agobiadas por la presión
que ejerce la responsabilidad de hacerlo todo, que cargan el peso de esta pandemia
sobre sus hombros, que temen por sus familias antes que por ellas mismas, que sacan
tiempo de donde no tienen para dedicarse además a su empleos con tal de
mantener sus fuentes de trabajo. Hoy me refiero a esas mujeres que no cuentan
con el apoyo de sus parejas porque los roles de género impuestos no se han
movido ni un milímetro con esta crisis sanitaria.
Los roles de
género, como los define Claudia Piras, experta en temas laborales, “son el
conjunto de conductas y actitudes que la sociedad considera apropiadas de una
mujer o de un hombre. Estas normas influyen en las carreras que estudiamos, los
trabajos que tenemos y la cantidad y el tipo de tareas que hacemos en el hogar”.
Cuando todo esto termine o cuando comencemos a aprender a vivir con esta nueva normalidad,
urge cambiar estas formas de concebir las tareas de acuerdo con el género y no
se trata de una tarea de ahora, es un pendiente que arrastran todas las sociedades
desde hace mucho, mucho tiempo. Bolivia no es la excepción.
Según la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), el coronavirus será responsable de
que entre 5,3 y 24,7 millones de personas en todo el mundo pierdan sus trabajos
y entre los grupos mayormente afectados están las mujeres que se desempeñan
sobre todo en las áreas de servicios, es decir “en las ocupaciones que están en
la primera línea de la lucha contra la pandemia”. Según los datos que
proporciona este organismo mundial, el 58,6% de los empleos por servicios están
ocupados por mujeres. A esto se suma el hecho comprobado de que las mujeres tienen
menor acceso a la protección social por lo que tendrán que soportar la sobrecarga
de la llamada “economía del cuidado” en el caso de cierre de escuelas o
sistemas de atención a terceros.
Las recomendaciones
de la OIT también son claras en cuanto a protección laboral y a la atención de los
grupos más vulnerables. Pero hoy quiero referirme a lo que está a nuestro
alcance, quizá en la misma esquina de nuestras casas y que nos da la
oportunidad de colaborar. El Día de la Madre boliviana se acerca y muchas
mujeres, madres y no, niñas, jóvenes y ancianas, volverán a las calles para poner
a la venta obsequios para mamá. Son mercancías sencillas como flores, tarjetas o
chocolates; en algunos otros casos las iniciativas han sido un poco más
elaboradas y sus emprendedoras las están dando a conocer a través de las redes
sociales. Ojalá que todas ellas tengan un ingreso que las alivie y les dé una
perspectiva que, aunque pequeña, les sirva para mirar hacia adelante. Ojalá que tengamos la posibilidad de ayudar, la solidaridad es un camino que vale
la pena caminar.
* Comunicadora social
Twitter: @mivozmipalabra
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