LA COLUMNA ROTA - Analfabetismo digital


Ana Rosa López Villegas*

 

Los datos que presenta cada día el ministerio de salud con una infografía que muestra el mapa de Bolivia pintado de rojo y los fríos números que lo acompañan a su alrededor son algunas de las noticias oficiales o de fuente confirmada a las que se pueden acceder sobre los decesos y nuevos contagios por coronavirus en el país. Son estadística que cambian cada 24 horas. Las historias de vida y de muerte que, por la misma causa, se viven en los hospitales, centros de salud y en los hogares bolivianos se conocen por otros medios de comunicación y son en la mayoría de los casos, testimonios desgarradores y muy dolorosos que vienen de la mano de vídeos y fotografías que nos estremecen y deprimen.

Al parecer, todo esto no es suficiente en cuanto a nuestra forma de percibir la brutal realidad de la pandemia en Bolivia. También nos vemos expuestos a una serie de desinformaciones que circulan en ámbitos íntimos y cerrados como es el caso de los chats de WhatsApp. Este servicio de mensajería digital e instantánea que se ha masificado durante los últimos años constituye en este momento el “agujero negro” de la verdad y de la información confirmada. Una gran parte de las mal llamadas fake news o noticias falsas, circulan en esta red y nada es tan fácil como darle al botón de compartir para que una desinformación se convierta en viral, al menos en el círculo de contactos con el que cada uno de nosotros cuenta, no solo hablamos de la familia, sino también de los grupos de amigos y de intereses. ¿Por qué reaccionamos así, compartiendo impulsivamente una nota de dudoso origen? Porque a diferencia de las noticias cuya fuente es conocida y confirmada y cuya característica principal (al menos la deseada) es la objetividad y la imparcialidad, las redacciones falsas apelan directamente al morbo de nuestros sentimientos y los reducen a una lógica binaria muy simplona, pero altamente efectiva: el amor y el odio. Cuando uno de estos dos sentimientos y todos los sesgos que pueden rodearlos y que son individuales en cada persona han sido tocados por una mentira divulgada, tendemos a compartirla sin una reflexión de por medio. Los sesgos mencionados pueden ser de distinta índole; la formación y las creencias políticas y religiosas son dos de ellos y suelen ser los que más conducen a polarizar la opinión y posición de los ciudadanos frente a un determinado hecho, aún más en el caso boliviano, en el que la pandemia y la incertidumbre político-electoral nos tienen a su merced.

Hay dos actitudes que se pueden asumir frente a este fenómeno. La primera ya mencionada, es la de creer a pie juntillas en todo lo que nos llega por las redes sociales y contribuir a ampliar el alcance de la desinformación compartiéndola irreflexivamente con otros contactos. La segunda actitud es la de ser críticos y cautelosos a la hora de recibir contenidos engañosos y la de tomarnos el tiempo de reflexionar sobre la utilidad real de un mensaje u otro. El problema de fondo con la circulación indiscriminada de la desinformación es que por más descabellada o disparatada que parezca, su creación y difusión forman parte de la libertad de expresión de cada persona. Ni el estado ni ningún otro ente de tipo público o privado puede impedir o prohibir el tráfico de este tipo de bulos y cuanto más analfabeta digital sea una ciudadanía, más propicio será el caldo de cultivo en el que proliferen.

El analfabetismo digital se entiende como el nivel de desconocimiento de una persona no solamente sobre el uso de las nuevas tecnologías y redes sociales virtuales, es también a la falta de criterio a la hora de enfrentarse a un contenido. El saber discriminarlo y socializarlo de manera adecuada y sobre todo útil son competencias que deben aprenderse y practicarse. Es un aprendizaje imprescindible en los tiempos que corren.

En Bolivia existen a la fecha dos emprendimientos periodísticos cuya tarea principal es la de combatir a la desinformación. Se trata de Chequea Bolivia https://chequeabolivia.bo/ y Bolivia verifica https://boliviaverifica.bo/quienes-somos/. Ambos coinciden en describir su labor como una contribución para el fortalecimiento de la democracia a través de la participación ciudadana. Estos dos servicios periodísticos, como su nombre lo indica, están a disposición de todos los ciudadanos y apelan particularmente a aquellos que quieran aliarse con la verdad y que tienen derecho a informarse de manera libre y no a través de la manipulación de falsos que responden a oscuros intereses políticos y económicos. Ambos medios publican diariamente chequeos y verificaciones de las llamadas fake news y muestran de manera transparente la metodología seguida para llegar al desmentido o confirmación final de un contenido. Al igual que otros tantos emprendimientos anti-desinformación que trabajan activamente en Estados Unidos, Europa y otros países de Sudamerica, estos entes bolivianos se declaran sin fines de lucro ni tendencia política. 

¿Cómo combatimos entonces a la desinformación? Acudiendo en primer lugar a los servicios periodísticos ya señalados y de manera personal se pueden tomar en cuenta estos tres consejos. Primero, es necesario verificar la fuente de información de la “noticia” a la que nos exponemos, si no es una fuente cuya existencia podamos confirmar, tenemos un claro indicio de que se trata de una desinformación malintencionada. Segundo, habría que preguntarse si el contenido que consumimos y cuya fuente es de dudosa existencia, no se trata más bien de una forma de entretenimiento antes que de información con valor. Formas de desinformar hay muchas, los famosísimos memes son un ejemplo de ello. Tercero y último, estar atentos a los detalles de la información que consumimos y analizar la utilidad de esta antes de compartirla con otras personas.

 

* Comunicadora social

Twitter: @mivozmipalabra

 

 


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