Ana Rosa López Villegas*
El próximo 6 de
julio de 2020 se celebra el 113 aniversario del nacimiento de la famosa pintora
mexicana, Frida Kahlo y desde este espacio que fue bautizado con el nombre de
una de sus pinturas más dramáticas, nos sumamos para homenajear, más que a la
artista, a la mujer que representó en su momento el despertar femenino de la cultura
en su época y que continúa siendo un símbolo de la fortaleza de la mujer
latinoamericana.
La columna rota
es un autorretrato en el que se ve a Frida semidesnuda y con una escisión
sangrante que comienza en su garganta y termina en la pelvis. En medio de esa
herida se observa una columna jónica fragmentada y tambaleante que representa su
columna vertebral. El cuerpo de Frida está, además, sujetado con un corsé
ortopédico de varias tiras de color blanco. Una sábana de tonos rosados y blanquecinos
que da la impresión de ondear, le cubre de la cintura para abajo y tiene
decenas de clavos de distintos tamaños encarnados en el rostro, brazos y pecho.
Su cabeza se muestra ligeramente girada hacia un lado y tiene lágrimas de color
blanco chorreando de sus ojos. Como en muchas otras de sus obras, la expresión
de su rostro es la de una tristeza visceral, una amargura irremediable que hace
que todos los músculos se vean rígidos. En el fondo se distingue una superficie
agrietada de color verde que podría interpretarse también como un gran pantano,
mientras que el horizonte, que se une con el cielo, es de color azul y es el
único elemento que da algo de paz dentro de toda la composición.
Este óleo fue
elaborado el año 1944, después de que una vez más, Kahlo fuera intervenida quirúrgicamente
de la columna vertebral debido a las lesiones que le provocó el accidente que
había sufrido en 1925. Después de aquel trágico momento, Frida pasó meses
internada, puesto que el pasamanos del autobús en el que se accidentó le había
atravesado la columna y el vientre bajo. Salió milagrosamente con vida, pero
desde entonces jamás pudo separarse de la muerte ni de la pintura.
El tratamiento de
recuperación al que se sometió en 1944 era el tener que guardar cama y llevar
un corsé de acero, que le causaba intensos dolores. Pero la terapia de Frida
era pintar. De esa manera exorcizaba a los demonios del sufrimiento físico que
la acompañaron durante toda su vida, pues siendo niña contrajo poliomielitis, razón
por la cual su pierna derecha era más corta y menos desarrollada que la
izquierda. Y a través de sus cuadros también exorcizaba los dolores emocionales
que le producía la tortuosa y enfermiza relación amorosa que tuvo con el
muralista mexicano, Diego Rivera.
“Cada día estoy
peor… al principio me costó mucho trabajo acostumbrarme, pues es de la chingada
aguantar esta clase de aparatos, pero no puedes imaginarte cómo me sentía de
mal antes de ponerme ese aparato. Ya no podía materialmente trabajar, pues me
cansaba de todos los movimientos por insignificantes que fueran. Mejoré un poco
con el corsé, pero ahora vuelvo a sentirme igual de mal y estoy muy
desesperada, pues veo que nada mejora la condición de la espina”, así le
contaba Frida a su médico, el doctor Leo Eloesser su padecer tras la operación.
Esas fueron sus palabras, pero en los trazos de La columna rota, el espectador puede
sentir el inquietante dolor que la maltrataba y la permanente presencia de la muerte
acechando. Tal capacidad de expresión era un talento, sin duda, pero uno
extremadamente realista que hizo de ese y otros cuadros, obras de arte sin igual.
La vida de Frida
Kahlo estuvo plagada de accidentes, uno de ellos fue Diego, como ella misma
escribió en una carta y en su diario íntimo, pero también estuvo rodeada de un
sinfín de personalidades reconocidas no solo en el ámbito artístico, sino
también político. Todos estos datos y muchos más están a un clic de distancia.
El internet rebosa de informaciones sobre ella, su vida y su obra, así como de
las interpretaciones que se pueden hacer de sus cuadros. ¿Qué más se puede decir
de ella?
Aunque al momento
de su fallecimiento en 1954, Frida había conseguido un nombre como pintora, ya
no fue testigo de la parafernalia mediática que se ha forjado alrededor de su
fama y que cada día crece como la espuma. Su rostro, su manera de vestir, su
uniceja y los vellos que le crecían sobre el labio superior se han convertido en
parte de una marca inconfundible que, además, vende. Sin embargo, la vida de
Frida, su lucha encarnizada contra el dolor, la muerte y el desamor, son un ejemplo
de fortaleza femenina. El plantarse frente a la vida como ella misma y no como
la esposa de Diego, le permitió darse a conocer como artista independiente y
cumplir metas que en la década de los 40 y 50 del siglo pasado todavía estaban vetadas
para las mujeres. Una de ellas fue la de poder exponer sus pinturas de manera
individual en la Galería de Arte Contemporáneo de la ciudad de México en 1953, hasta
donde llegó en su mismísima cama, con una pierna amputada y con un estado de salud
deteriorado.
No es difícil
dejarse hipnotizar por la fuerza de su dolor, la singularidad de su carisma y
de su propuesta estética como artista y una vez que se cae en la magia con la
que se ha construido su ausencia hasta ahora, uno comienza a perseguirla ya
sean en libros, exposiciones o charlas. Así me confieso hoy, como una fanática
de Frida Kahlo sin esperanza alguna de liberación.
* Comunicadora social
Twitter: @mivozmipalabra
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