Ana Rosa López Villegas*
“Libertad, igualdad y fraternidad”,
esos fueron los principios de la Revolución Francesa (1789) que se mantienen
hasta hoy como el lema de un hito histórico que cambio drásticamente el curso de
la Humanidad. La fuerza simbólica que tienen esas tres palabras define en gran
manera la lucha de un pueblo que harto de la tiranía, optó por derramar su
propia sangre con tal de vivir en libertad, concibiendo a los otros como iguales
y apelando a la hermandad y a la solidaridad como parámetro de relacionamiento con
los demás. Las consecuencias inmediatas y a largo plazo de la revolución fueron
el fin del orden feudal, de la monarquía y de la separación de clases en tres
estratos conocidos como aristocracia, clero y siervos. La primera proclamación de
los derechos humanos universales es otra de las piedras fundamentales sobre las
que se comenzó a construir una nueva sociedad a partir de esta revolución, cuyo
alcance e influencia llegaron hasta el continente americano algunos años más
tarde y desembocaron en la imparable ola independentista del siglo 19.
In God We Trust, en español En Dios confiamos, es el lema nacional oficial de los Estados
Unidos y puede verse en los billetes de dólar, moneda oficial estadounidense. Aunque
no se trata de un eslogan revolucionario, puesto que fue elegido por el congreso
en el año 1956 cuando ya el país del norte era una república constituida y soberana,
el presidente Dwight D. Eisenhower justificó la decisión mencionando lo siguiente:
"De esta manera estamos reafirmando la transcendencia de la fe religiosa
en la herencia y el futuro de Estados Unidos. Con esto fortaleceremos que esas
armas espirituales serán para siempre el recurso más poderoso de nuestro país
en la paz y guerra". Aun sin tratarse de una consigna política
revolucionaria, el lema que caracteriza a la moneda norteamericana establece igualmente una forma de mirar el mundo y de
establecerse en él. Cada quien es libre de asumirlo como desee, eso está claro,
pero en el imaginario colectivo quedan estas palabras como un norte al que se puede
apuntar como sociedad.
¿Cuáles fueron los principios bajo los cuales
se creó la República de Bolivia en 1825? ¿Podemos apelar nosotros también a un epígrafe
que nos identifique y que haya marcado en su momento el camino a seguir en la
construcción de una nueva sociedad? ¿Es posible para nosotros hablar de bases ideológicas
y constitutivas que contribuyan en la construcción de un “ser boliviano”? ¿A
partir de qué momentos nos reconocemos como tales? La independencia de la que gozamos
hoy en día fue producto de largos años de guerra, de batallas en las que se
perdieron incontables vidas y cuyo fin último era la destrucción del yugo
español bajo el que se constituyeron la mayor parte de nuestras ciudades y el relacionamiento
entre diversos grupos sociales. La independencia no fue, sin embargo, un oasis
en el que todos disfrutaron de la libertad en igualdad de condiciones y
buscando edificar un país que poseyendo la inagotable riqueza natural que
tiene, fuera un lugar que le ofreciera a todos sus habitantes las mismas
oportunidades de desarrollo y crecimiento. Las guerras, los conflictos civiles,
los descontentos regionales, la discriminación, las ansias de poder, la
política destructiva y los intereses egoístas y materialistas fueron algunas de
las características que marcaron nuestro debut republicano. Apenas 20 años corrían
de nuestra soberanía cuando se entonaron por primera vez las “sacrosantas” notas
de nuestro himno nacional. El estribillo que más hemos repetido desde entonces
y en circunstancias diversas, unas más cruentas que la otras, es el de “morir
antes que esclavos vivir”.
La revolución nacional de 1952 marcó para
Bolivia un antes y un después y no podemos negar que trajo consigo un paquete
de transformaciones económicas, políticas y sociales que todavía son objeto de
estudio y de análisis. El sufragio universal, la creación de la Central Obrera
Boliviana, la nacionalización de las minas, la reforma agraria y la educativa
entre otras, fueron medidas que adaptaron esa “nueva independencia” a una
realidad de grupos sociales escindidos y profundamente distantes en el país. Pero
¿cuáles fueron los principios humanos que se proclamaron durante aquella gesta
histórica? ¿Basados en qué ideal de ciudadano se desarrollaron los cambios
revolucionarios? Quizá si indagamos más a fondo seamos capaces de definir
algunos preceptos que tenían la sana intención de hacernos ver como hermanos e
hijos de una misma madre patria. Pero todo esfuerzo es vano y se quiebra en mil
pedazos cuando hoy, tras 195 años de “libertad” tenemos que ser testigos de las
acciones terroristas que ciertos grupos sociales afines al Movimiento al Socialismo
(MAS) cometen en plena crisis sanitaria, en la mitad de una de las peores
pandemias de nuestra historia y con una indeferencia descomunal y monstruosa
hacia la vida.
Dinamitar caminos e impedir que el oxígeno
vital para las personas que padecen de la enfermedad llegue a sus destinos es
un crimen y no responde a ningún principio humano, a ningún precepto de
libertad, a ningún objetivo democrático. Eso de morir antes que esclavos vivir
es algo muy diferente a lo que se padece hoy en Bolivia: morir por ser esclavos
de una masa embrutecida y todavía manipulada por un régimen que se niega a
respetar normas, a ceder en sus absurdas demandas y que continúa supurando odio
y venganza, muerte y destrucción, desfigurando aún más el presente y el destino
que Bolivia no se merece y que no tiene porqué aceptar. Lo que Bolivia merece
está en las manos de los bolivianos que la aman de verdad y que buscarán
incondicionalmente llevarla a un mejor caudal, seguros de que el ladrillo que
cada uno pone, no será despreciado ni retirado por el compatriota que viene por
detrás. La (re)construcción es nuestra siguiente tarea y urge comenzarla ya.
* Comunicadora social
Twitter: @mivozmipalabra
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