Ana Rosa López Villegas*
¿Qué dicen las encuestas?
¿Para qué sirven? ¿Podemos confiar en ellas, debemos hacerlo? Una de las
primeras encuestas electorales que se llevó a cabo en América fue en el año
1824 en los Estados Unidos. Aunque se trató de un sondeo de opinión de voto
local y sin valor científico, esta consulta dio como ganador a Andrew Jackson
sobre John Quincy Adams, ambos candidatos a la presidencia. En 1916 se repitió
la experiencia, esta vez con alcance nacional y se predijo correctamente la
elección de Woodrow Wilson como presidente. Años más tarde, en 1936, las
encuestas utilizaron una muestra significativa de más de dos millones de
votantes, pero no se trataba de cohortes representativas de la población. Los
resultados arrojaron que los votantes tendían a simpatizar con el Partido
Republicano. Poco antes de la elección corría la información de que el
republicano Alf Landon tenía una mayor preferencia electoral que Franklin D.
Roosevelt del Partido Demócrata. En el mismo lapso, George Gallup, pionero en
la medición de la audiencia tanto de radio como de televisión mediante
encuestas, realizó un sondeo mucho más pequeño, pero con mejores fundamentos
científicos y utilizando muestras demográficas representativas predijo
correctamente la arrolladora victoria de Roosevelt.
Conocer los resultados de
una consulta estadística de carácter electoral genera un efecto muy distinto en
cada persona. Hay quienes creen en ellas sin dudar y las consideran como una
forma seria de acercarse a los posibles resultados de los comicios, la
consideran como una predicción confiable. Hay quienes reniegan de ellas,
asumiendo que se trata de una forma de manipular la percepción de la gente en
función de uno u otro objetivo político-electoral. Y por último están quiénes se
posicionan en un centro escéptico frente a estos sondeos, una postura que está
más marcada por la duda que por la certeza o viceversa. En todo caso, en esta
posición, la incertidumbre es la característica principal.
Sobre el proceso de la
encuesta que fue publicada hace algunos días por los medios y realizada por la
empresa CIESMORI, no faltaron las personas que le restaron credibilidad por no
haber sido tomadas en cuenta en la consulta que se llevó a cabo por teléfono. Con
una muestra que apenas supera las 2000 personas encuestadas, es realmente muy
difícil ser parte de los elegidos, pero la influencia de las redes sociales
hace que se establezcan tendencias sobre este asunto. Especialmente en Twitter,
muchas personas expresaron su asombro ante los resultados que señalan el triunfo
del Movimiento al Socialismo (MAS) en La Paz. Se preguntan cómo es eso posible
después de todo lo que el MAS le hizo a la sede de gobierno. Habría que escandalizarse
también de las otras capitales en las que la encuesta da como ganador a Arce
Catacora, después de lo que Bolivia entera ha sufrido bajo el régimen de Evo
Morales.
Algo hay de verdad sobre la
manipulación de las percepciones, puesto que la amplia gama de interpretaciones
que se pueden establecer sobre estas consultas tiende a dirigir la atención
sobre ciertos hechos que parecen obvios, mientras que echa sombra en aquellos
que no son del todo evidentes. ¿Qué sería lo obvio? Que el candidato del MAS cuenta
con un 26,2% de la preferencia electoral frente al 17,1% de Carlos Mesa. Con
estos resultados preelectorales y de acuerdo con el artículo 166 de la
Constitución Política del Estado, tendríamos que volver a las urnas para una
segunda vuelta electoral ya que Arce no alcanzaría el 50% más uno de los votos
válidos o el 40% de los mismos. Lo que quizá no se perciba a primer golpe de
vista es que el MAS ha perdido más del 50% de su alcance electoral desde el año
2005 en el que se hizo del poder con 54% de la votación. Un resultado histórico,
sin duda. ¿Qué habían predicho las encuestas de aquel año? Que Evo Morales alcanzaría
apenas el 37% de los votos. Para señalar los motivos a los que podemos atribuir
está caída considerable en el número de electores del MAS tendríamos que
escribir un artículo aparte. Que nos baste recordar el escandaloso y vergonzoso
fraude electoral que perpetraron durante los comicios de octubre de 2019 y que
desencadenó en el despertar social de un pueblo que, cansado de quejarse sin
actuar, tomó las calles, desempolvó su dignidad y logró que un gobierno con
trazas de dictadura dejara el poder con el que atropellaba todas las libertades
políticas y democráticas de sus ciudadanos.
A los efectos de las
encuestas se suman las declaraciones de los propios candidatos y candidatas frente
a los números. Si ponemos en tela de juicio la credibilidad de una encuesta, en
las condiciones actuales en las que se encuentra Bolivia, las palabras de los
políticos no convencen ni de lejos. En Bolivia se diferencia además el voto y
su impacto. Se habla del voto duro, del voto útil y la recientemente mencionada
concepción del voto oculto con la que el candidato del masismo procura aliviar
sus ansias presidenciables, afirmando además que será el seguro vencedor de las
justas electorales del próximo 18 de octubre. En su mundo, Luis Arce se ha creído
también el discurso machista de que las acusaciones de estupro y pedofilia que
recaen sobre su jefazo no habrían afectado en nada la preferencia electoral con
la que su partido cuenta.
En todo caso, hay muchas
conclusiones a las que podemos llegar sin necesidad de sufrir una “encuestitis”
aguda a menos de 40 días de las elecciones. Una de ellas es que no necesitamos ¡ocho
candidatos!, menos aun tratándose de una democracia que apenas puede con un
gobierno transitorio, con un expresidente obsesionado con el poder que está
dispuesto a prender la mecha de la convulsión social en cualquier momento y a
control remoto. Así es. Encuestas vienen y van, la verdad la sabremos el 18 de
octubre y hasta allí lo que nos resta como ciudadanos es pensar en Bolivia, si
nosotros no lo hacemos, los políticos menos.
* Comunicadora social
Twitter: @mivozmipalabra
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