Ana Rosa López Villegas*
¿Feminismo?, me
preguntó con escepticismo. Hace tiempo que el término me provoca alergia, quizá
porque en el odioso afán de comparar etapas históricas, son muchos los matices
y diversas las formas en las que este movimiento se muestra ante la sociedad. Aunque
no me identifico con ninguno, estoy convencida de que vale la pena volver sobre
los pasos de una mujer como Adela Zamudio, que en su particular forma de ver el
mundo que la rodeada y de expresarlo a través de sus palabras, marcó un hito
sin precedentes en la historia de la literatura boliviana y de la reivindicación
de los derechos de las mujeres en el país.
Bajo el seudónimo nada
casual de Soledad, Adela inició la publicación de sus primeros versos. Sus
poemas estaban dedicados a la naturaleza y los sentimientos. Se reconoce a su
obra denominada Ensayos poéticos (Buenos Aires, 1887) como una de las más
importantes de su producción lírica. Se trata de veinticuatro composiciones en
las que además de la naturaleza y los sentimientos, se dedica a develar
cuestiones filosóficas y comienza a hablar de la mujer. Los conocedores de su obra
señalan que su estilo era armonioso y espontáneo, caracterizado por una “escritura
entre tierna y pesimista, aunque también altiva y rebelde”.
Las apreciaciones de la
escritora, poeta e investigadora literaria boliviana Vicky Ayllón sobre Adela Zamudio
merecen una mención aparte. Ayllón escribe que “particularmente la obra de las
escritoras ha sido sobreinterpretada, precisamente por anteponer sus rasgos
biográficos a su obra” y esta sobreinterpretación de la obra de Zamudio ha
producido preguntas de antología tales como: “¿escribía así porque era
solterona o era solterona porque así escribía?, ¿anunció su seudónimo Soledad
su posterior vida o su posterior vida cumplió la sentencia de su seudónimo?” Ese
tejido que pretende hacerse entre su obra y su vida es lo que se conoce como mito
zamudiano, mito que sigue siendo tema de discusión en las lides de la
literatura boliviana. Lo cierto es que la voz de Zamudio caló hondo en una
sociedad impregnada de machismo y de patriarcado y era muy difícil voltear la
mirada de sus palabras porque eran como una aguja penetrante a punto de
clavarse en la carne del lector.
“Una mujer superior / en
elecciones no vota, / Y vota el pillo peor; / (Permitidme que me asombre) / Con
sólo saber firmar / Puede votar un idiota, / Porque es hombre”. Estos son los
versos que Zamudio escribió en su poema denominado Nacer hombre. ¿Cómo no iban
a provocar polémica tales palabras de denuncia frente a un sistema social en el
que la mujer no estaba reconocida como ciudadana con derecho a voto ni mucho
menos? La cruzada que emprendió Zamudio para reivindicar el rol de la mujer en
la sociedad fue mucho más allá de sus letras. Su labor como maestra, entre
otras de sus actividades, le dio la oportunidad de establecer una vida
sociocultural significativa en pro de la emancipación intelectual y social de
la mujer. No solamente dirigió la primera escuela laica de Bolivia en La Paz,
sino que se atrevió a fundar también la primera escuela de pintura para mujeres.
Para sorpresa de muchos, el
activismo de Adela estaba fuertemente basado en principios cristianos heredados
de su madre y que habían sido alimentados en su hogar; sin embargo, su incansable
labor en el área de la educación fue el blanco de las más feroces críticas
provenientes de las autoridades eclesiásticas, así como de las civiles. Al menos
contó con apoyo de algunos grandes escritores de la época, como Franz Tamayo
por ejemplo.
Su pensamiento desafió
no solo a la sociedad cochabambina de su época, “sus lúcidas y certeras
críticas acerca de la representación patriarcal de las narrativas y de los
discursos construidos entorno a los cuerpos y las sexualidades de las mujeres” le
valieron el desprecio de los poderosos, pero también la admiración de muchas
mujeres que se identificaron en silencio con su palabra. En 1913 publicó su
única novela llamada Íntimas y tras su publicación, el reconocido crítico
literario de la época, Claudio Peñaranda, le solicito que retornara a la poesía
puesto que la novela “no era cosa de mujeres”. Ese era justamente el mundo que Zamudio
buscaba desmontar y denunciar, especialmente en un tiempo en el que la mujer tenía
muy pocas opciones de “libertad”.
“Tengo sueño, quiero dormir”, fueron sus últimas palabras. Falleció el 2
junio de 1928 debido a una afección pulmonar. 92 años han pasado desde
aquel día y más de 50 para instituir su fecha de nacimiento como el Día de la
Mujer Boliviana. ¿Qué ha quedado del pensamiento rebelde de Zamudio? ¿Cómo hay
que interpretar sus palabras en pleno siglo XXI? Es imperioso releer sus obras
y no solo hablar de ella cada 11 de octubre.
* Comunicadora social
Twitter: @mivozmipalabra
Comentarios
Publicar un comentario
Comentarios: