Ana Rosa López
Villegas*
“Quiero ser clara con esto. Las mentiras y la
desinformación, la conspiración y el odio dañan no solamente el debate
democrático, sino también la batalla contra el virus”. Con estas palabras se
dirigió la canciller alemana, Angela Merkel, al parlamento alemán en estos
días. En medio de abucheos e interrupciones provocadas por los parlamentarios
de la extrema derecha alemana, es decir el partido denominado Alternativa para
Alemania (AfD en alemán), la primera autoridad germana defendió el nuevo
paquete de restricciones que deben aplicarse en Alemania a partir de noviembre
debido al rebrote de la pandemia.
Se han registrado ya más de 10 mil fallecidos por
Covid-19 y las autoridades de salud a nivel nacional no han ocultado su alarma
ante la situación si no se aplican las medidas necesarias. Merkel le ha pedido
a la población del país aceptar las nuevas normativas, respetarlas y quedarse
en casa. “Será un invierno duro”, dijo de manera textual y tiene razón, porque
son especialmente los empresarios, grandes, medianos y pequeños los que todavía
sufrirán el fuerte impacto económico de la pandemia.
Frente a las restricciones también hay movimientos
ciudadanos que se declaran en contra y en apego a su derecho democrático a la
protesta, organizaron diferentes tipos de marchas para expresar su descontento.
Alrededor de 2000 manifestantes recorrieron las principales calles de la
capital alemana, Berlín el domingo pasado. “Armados” con banderas, globos,
altavoces y tambores, los ciudadanos movilizados reclamaron por las medidas
anunciadas frente al virus. Algunos de ellos además afirmando que la enfermedad
no existe y enarbolando las famosas teorías conspirativas. La policía no los reprimió
ni amedrentó, se limitó a controlar con esfuerzo que se cumplan las normas de
distanciamiento y uso de mascarillas.
Los representantes de la oposición parlamentaria
alemana han bautizado a las nuevas medidas restrictivas como la dictadura del
coronavirus y ante la sola referencia a esa palabra se me hace imposible no
pensar en los alcances de nuestra democracia boliviana. En nuestro particular y
criollo debate democrático, hay ciertos grupos de ciudadanos que buscando
desahogar la derrota electoral del pasado 18 de octubre y que creímos era de la
mayoría de los bolivianos, instaron a las fuerzas armadas y a la policía a
organizar un gobierno cívico-militar en contra del inminente regreso del
masismo al poder. ¿Sería una solución? ¿Cuánto tiempo nos duraría? La respuesta
es claramente negativa. No podemos curar las heridas del presente repitiendo
errores del pasado. Solo puedo imaginarme la incertidumbre que existe entre
militares y policías en el país, especialmente entre aquellos que sufrirán los
primeros castigos por haberse atrevido a amotinarse el 2019. Me imagino que
también ellos se sienten traicionados de alguna manera, pero al igual que el
resto de la población, solo resta respetar el mandamiento democrático electoral
y no bajar la guardia para fiscalizar todos los actos del próximo gobierno.
No estamos frente a un escenario que en algo se
parezca al de hace un año. Se trata de un paisaje muy distinto y aunque pese
decirlo, todavía más siniestro. Evo Morales sí hizo fraude en el 2019. Evo
Morales se burló de nuestro voto. Evo Morales renunció a la presidencia dejando
un país en llamas, completamente dividido, con movimientos sociales
adoctrinados y muchos bolivianos furiosos e incapaces de soportar un minuto más
las ínfulas autoritarias de un mandatario disfrazado de socialista. Hoy, un año
después, cuando estamos a escasos días de empezar un nuevo gobierno, es
imprescindible mirarnos otra vez y tratar de definir lo que somos y los propósitos
que conforman nuestra fuerza social. ¿Sabemos realmente quiénes son los que
votaron por Arce? ¿Se trata de los mismos movimientos sociales que apoyaron
ciegamente a Morales? ¿De dónde salieron los votos ocultos que de un plumazo
cercenaron la posibilidad esperanzadora de una segunda vuelta? Si no somos
capaces de acercarnos entre bolivianos y hacernos estas preguntas con la
verdadera intención de responderlas, entonces realmente estaremos
perdidos.
Ningún país tiene resuelta su situación frente a la
pandemia y en algunos otros las amenazas no solo son de salud, sino también
políticas y ¡qué ironía!, hasta democráticas. Otra vez me refiero a Bolivia, al
engendro democrático que nos acecha y que sin pizca de pudor vuelve al ataque
para refregarnos en la cara el nombre de quién es el que manda. Todavía no
hemos visto a Luis Arce posesionado. Aún no ha asumido David Choquehuanca la
presidencia, pero envalentonados y ebrios de su gloria electoral, los
parlamentarios masistas han comenzado ya a hacer de las suyas. La eliminación
de los dos tercios parlamentarios es el peor comienzo para una reconciliación
democrática. Patear el tablero cuando la partida ni siquiera ha comenzado solo
puede entenderse como una provocación de soberbia ante una ciudadanía
desgastada, cansada y por el momento todavía vacía de rebeldías.
Hemos creado un engendro democrático todavía
inexplicable, pero cuya amenaza acecha y no se ha dejado esperar. ¿Tenemos
opciones para enfrentarlo? ¿Cómo tenemos que continuar? Me rehúso a ver un país
derrotado. Me niego a darlo todo por perdido. Acepto con dificultad y todavía
cierta niebla de duda, que hubo una minoría dividida. Que haber rifado la
mínima posibilidad de una segunda vuelta nos pesará a todos por largo tiempo
todavía. El 8 de noviembre continua
nuestra historia y tendremos que sujetarnos fuerte para recibir los empellones
de una mayoría que apostó a no cambiar nada. Pero en realidad todo cambia y
como sucedió en la antigüedad, no hay imperio que no haya visto su final.
* Comunicadora
social
Twitter: @mivozmipalabra
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