Ana Rosa López
Villegas*
El día que Jeanine Añez cumplía un mes como presidenta
interina de Bolivia me decidí a inaugurar, aún sin el nombre que tiene ahora, esta
columna de opinión, La columna rota. Era el 12 de diciembre de 2019, cerraba un
año que ya había sido difícil para los bolivianos y que parecía tocar su final
con el gobierno transitorio y la convocatoria a las nuevas elecciones generales
después del fraude descarado perpetrado por el actual partido de gobierno, el Movimiento
al Socialismo (MAS).
Y a estos aniversarios se suma hoy, 10 de diciembre, el
de la Declaración de los Derechos Humanos. Fue en 1948 que la Asamblea General
de las Naciones Unidas suscribió esta declaración, “un documento histórico que
proclama los derechos inalienables que corresponden a toda persona como ser humano,
independientemente de su raza, color, religión, sexo, idioma, opinión política
o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o
cualquier otra condición”. Irónicamente hablamos también del “derecho humano” a
la reelección con el que Morales se amañó tras el referéndum de 2016 para
irrespetar la sagrada voluntad popular y forzar su candidatura una vez más. Ya
todos conocemos el final de ese cuento.
Un año después y tras grandes cantidades de agua y de
sangre que corrieron bajo el puente, quiero pensar con esperanza que no somos
los mismos, que Bolivia ha cambiado y que queremos ver el futuro de una manera
mucho más práctica que hace 365 días. El coronavirus nos ha vuelto a recordar
que nadie tiene la vida comprada y que es mejor recorrer el camino mirando
hacia el horizonte en lugar de buscar atajos que nos ahorrarían tiempo, pero no
aprendizajes ni experiencias necesarias para continuar.
Esto es posible entre ciudadanos, entre las personas que
día a día salen de sus casas barbijo en boca y se disponen a trabajar por sus
familias y en sentido extendido por el país. Con coronavirus o sin él, la vida
continua y aunque muchos tienen que cargar con tristes pérdidas de familiares
debido a la pandemia, hay que seguir. Ese es también el sentido con el que comencé
a compartir estas columnas semanales, analizando los sucesos sobre todo políticos
y sociales del país o echando algo de luz sobre aquellos aspectos que son difíciles
de entender o quizá de aceptar bajo esa lógica que todos conocemos como sentido
común. En muchas ocasiones escribí también desde la indignación y la impotencia
que me produjeron los acontecimientos del país.
En esa misma senda quisiera tratar de entender cuál es el
sentido común del gobierno actual. ¿Cuáles son sus prioridades políticas? En
este momento tan crucial de su recién estrenado período gubernamental no veo
otra que la de continuar la cacería de brujas a la que ya nos tenían acostumbrados
durante el régimen de Morales. Ahora los perseguidos son otros, pero las intenciones
por detrás siguen siendo las mismas: talar a cuanto adversario político ose atravesar
su camino político-electoral.
Las elecciones autonómicas que se llevarán a cabo en marzo
del próximo año han prendido el avispero y cada día es más impactante conocer
quiénes serán o no los candidatos masistas que ver gobernar en serio a Luis
Arce y a David Choquehuanca.
¿Y cómo gobiernan los que ahora dicen que gobiernan? Echarle
la culpa a Jeanine Añez de todos los males actuales es una cantaleta que se
está tornando aburrida. Lloriquear por la leche que derramaron otros tampoco es
gobernar. Y los discursos de Choquehuanca, pues bueno, son discursos que
sobrevuelan el lugar de los hechos sin aterrizar jamás. Quien vuela en todo
caso, es el presidente al que las cámaras de los medios han filmado tomando vuelos
comerciales comunes y corrientes. Esa ha sido una de las noticias que más
repercusión ha tenido en los últimos días. El avión presidencial está en
mantenimiento en territorio del malévolo imperio yanqui, así que me imagino que
Luis Arce tampoco tiene otra opción para movilizarse.
Y hay más. Todavía no comprendo cuál es la férrea
intención del gobierno actual de permanecer tozudamente en su argumento de que los
hechos del año pasado fueron un golpe de estado. ¿Cabe la posibilidad de que en
el universo paralelo en el que se desenvuelven algunos parlamentarios del
oficialismo se dé por cierta la versión de que fue golpe? En caso de que así
sea, ¿qué pretenden? Me ahorro aquí las ideas que vienen a mi cabeza, prefiero
confiar en que sea el tiempo el que termine de revelar la verdad, no la de los unos
o de los otros, sino la de la historia. Y aquí volvieron a llamar la atención
las declaraciones del presidente instando a las Fuerzas Armadas a revelar sus secretos,
nada menos. Las muertes de Senkata y Sacaba tienen que aclararse, sin duda, la
justicia debería obrar, pero dudo que los militares bolivianos vayan a
confesión solo porque Arce se los pidió.
Así han transcurrido 52 semanas desde la primera columna
rota y hoy que se cumple la semana 53 reafirmo mi compromiso con mi país. Hoy que
todas las ausencias físicas se han hecho invisibles, que las fronteras han bajado
la guardia y que el mundo digital nos ha puesto a todos “en línea”, mi columna rota
se mantiene firme. Reconozco, además, como decía una amiga escritora argentina,
que estas letras me salvan y que son una manera de darle expresión a las
distancias.
* Comunicadora
social
Twitter:
@mivozmipalabra
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