Ana Rosa López
Villegas*
Todavía quiero creer que la elección de Arce y Choquehuanca
se llevó a cabo siguiendo un proceso democrático limpio. Que por más increíble y
absurdo que parezca, el masismo volvió al poder porque fue una decisión
político-ciudadana de la mayoría de los bolivianos. ¡Cómo cuesta creerlo! En
las redes sociales y en el común de la opinión pública, sin embargo, se piensa
distinto. Hay muchos que sostienen que la victoria electoral del Movimiento al
Socialismo (MAS) fue nuevamente producto de un fraude. En todo caso la leche ya
fue derramada y sentarnos a llorar frente al desastre ha dejado de ser una
opción, por lo menos para quienes quieren avanzar sin quedarse atrapados en la
trampa del pasado, en el gobierno de transición o en los hechos de octubre y noviembre
de 2019. No se trata de olvidar la historia y menos en las circunstancias actuales,
se trata de replantearnos el presente para concebir un futuro.
Hoy nos enfrentamos a la obligación de no callar las
irregularidades que se cometen en todas las instancias estatales y en todos los
niveles. Si aún podemos hablar de democracia en Bolivia lo mínimo que se puede
hacer es revelar nuestras verdades como ciudadanos y hacer fuerza para que no
se dispersen en la inmensa oleada de informaciones a la que nos vemos expuestos
a diario. Y las irregularidades están a la orden del día, así como la desfachatez
que tienen nuestros mandatarios para olvidarse que no solo gobiernan para los seguidores
del MAS, sino también para el porcentaje de votantes que en octubre de 2020 se
atrevió a elegir otra opción.
Llevamos tres años consecutivos asistiendo a las urnas.
La próxima cita está marcada para el 7 de marzo y al parecer ni la segunda ni una
amenazante tercera ola del coronavirus hará cambiar los planes del Tribunal
Supremo Electoral. El número de contagios y decesos en el país tampoco contarían
como argumento suficiente para postergar las elecciones autonómicas o
subnacionales. Tampoco el hecho de que al menos cinco candidatos han fallecido
hasta ahora, entre ellos Felipe Quispe, El Mallku. En su caso, la herencia electoral
ha sido recogida por su hijo, Santos Quispe, quien había reclamado ese derecho
ni bien su padre fue enterrado. Así funcionan las cosas en la política boliviana,
ya nada queda de organizaciones políticas con estructuras y jerarquías. ¿Eran
mejores? Quizá eran importantes para ordenar el panorama electoral de los
votantes, pero esos “grandes” partidos también fallaron en cuanto a su
articulación con la sociedad civil se refiere. En ellos mandaba una rosca, un
grupo de selectos y elegidos que, si bien contaba con estatutos orgánicos y
reglas internas, no llegó a trascender en liderazgos nuevos y orgánicos a largo
plazo. Su falta de visión y apertura, su estrecha contemplación de la política
y su apego al poder a base de cuoteos y coaliciones inverosímiles fueron
factores que los hicieron directos responsables del surgimiento de agrupaciones
políticas tales como el MAS.
En Bolivia ya no se puede hablar de un sistema de
partidos políticos que represente o legitime a la sociedad o a los diferentes
grupos que la conforman. Los candidatos que tenemos hoy no son líderes que
hayan pasado por un proceso de formación política. Son entusiastas pipocas
electorales, personajes ilusos en muchos casos, veletas surgidas durante un viento
muy específico de la historia que nos ha tocado vivir. ¿A quiénes representan?
¿Cómo podemos identificarnos con ellos? ¿Podemos confiar en su vocación
política florecida en algunos casos de la noche a la mañana? ¿Qué podemos
esperar de sus sucesores en el futuro? Vamos a ciegas, vamos sin rumbo y
todavía no vislumbramos el futuro político que nos espera.
En todo caso, las campañas siguen su curso, los
candidatos mantienen sus estrategias y el electorado tiene de nuevo la enorme responsabilidad
de elegir, esta vez a sus autoridades regionales: alcaldes y gobernadores. Se
trata de un nivel de gobierno subnacional o autonómico mucho más cercano que el
nivel central y con el que el ciudadano tiene una relación más activa y
directa. Pero la verdad sea dicha, mucho de autonómicos no tenemos todavía y a
juzgar por las indignantes amenazas burdamente disfrazadas de recomendaciones
electorales que hizo Arce hace algunos días, nos debería quedar claro que, por
lo menos en La Paz, si no se vota por el candidato azul, la coordinación con el
gobierno central se convertirá en un castigo. ¡Como si no lo hubiese sido ya en
los últimos años! Y para no dejar de ser menos atractivo con sus “declaraciones
democráticas”, nuestro vicepresidente indígena les agradeció a sus “hermanos” campesinos
en el municipio de Toledo en Oruro por haber bloqueado las carreteras durante
diez días en el mes de agosto de 2020 y así haber recuperado la democracia. ¿En
qué cabeza cabe tal causalidad? Me pregunto adónde fue a parar el discurso
poético de reconciliación con el que Choquehuanca inició su gestión.
En octubre de 2020 hablé de un voto consigna, un voto
que debía estar orientado a que el MAS no regresara al gobierno. Ahora estamos
frente a un escenario muy distinto y para hacerle frente a un gobierno al que
su victoria electoral parece no satisfacerle, es importante que los ciudadanos
estén seguros de llegar a las urnas para ejercer su derecho al voto con libertad.
Si queremos revivir la democracia, es imperioso que lo hagamos desoyendo intimidaciones
oficialistas, porque no podemos permitir que nuestra más íntima decisión electoral
se vea entenebrecida. No importa por quién se vote, realmente no importa, lo
que cuenta es hacerlo sin temor, sin duda, con absoluta independencia, determinación
propia confianza.
* Comunicadora
social
Twitter:
@mivozmipalabra
Instagram:
@misletrasmislibros
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