¡Helau, Helau!


Martes de carnaval, 9:11 am. En Bolivia ha pasado ya el feliz jolgorio del carnaval, mis compatriotas se desperezan de la fiesta, algunos de ellos todavía no dando crédito a lo que sus ojos admiraron en la Capital del Folklore del país. Martes de ch´alla, estarán reventando los primeros cohetillos y cayendo de las copas las primeras gotas de coctelito para agasajar a la Pachamama.

Martes de carnaval, 14:11 pm. En Karlsruhe, Alemania se inicia el desfile de carnaval que –a nuestra manera- puede describirse más como una farándula callejera que como una entrada de carnaval. Las asociaciones carnavaleras –que podrían entenderse como nuestros conjuntos folclóricos- se suman al desfile con carros alegóricos de grandes dimensiones y en los que se han instalado equipos de música de potentes altavoces a cuyo paso amenizan el desfile con melodías que van desde las más típicas alemanas hasta las más modernas y pegajosas. Los miembros de dichas asociaciones llevan disfraces –que por supuesto nada tienen que ver con los soberbios trajes de carnaval de Oruro- y los rostros pintados particularmente de bufones, arlequines o de brujas . Apostados en los amplios transportes que recorren las calles van ofreciendo al público caramelos y chocolates que lanzan a quemarropa y a manos llenas durante todo el recorrido. Al soberano grito de ¡Helau, Helau! los participantes del desfile saludan a la gente con las manos, bailando y echando mixtura. Helau es el término que se conoce en estas latitudes nórdicas como el grito de guerra del bufón o el saludo carnavalero del mismo personaje.


Las bandas de música “marchan” al compás de sus sones y los músicos igualan el paso trajeados de caballeros antiguos, con capa, sombrero, bombacho y calzón largo. Aquí las feroces coreografías de las bandas de Oruro o las platilleras en minifalda son espectáculos inimaginables.


Las comparsas de a pie no entran con banda, entran caminando a paso cansino, saludando a la gente y bromeando a los niños.

El público que no tiene necesidad de sentarse en graderías ni de reservar lugares con chompas (suéteres), mantas o sillas, ya que el desfile dura sólo dos horas, también se disfraza y se maquilla el rostro, especialmente los niños que al final del desfile terminan con una gran bolsa de dulces y chocolates.


Al cabo de dos horas de “farándula” la temperatura ha descendido un poco, quizás hasta los seis grados. Sí, ¡seis grados! A finales de febrero que es lo mismo que decir a mediados del invierno esa temperatura es todavía para congelarse.

Tras el último camión carnavalero y los últimos disfrazados comienza para los no lugareños provenientes de países en vías de desarrollo otro espectáculo digno de contar. Inmensos camiones de limpieza de color naranja van barriendo las calles del desfile asegurándose de que no quede ningún resto de carnaval. Y así, al paso de las tremendas maquinarias de limpieza, ¡colorín colorado el carnaval alemán bien limpiecito se ha terminado!









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