
Es una
sucursal pequeña de la Mutual La Paz y todos los asientos están ocupados, todos
menos aquellos dos dispuestos en frente del escritorio de la oficial de créditos
que se encuentra ausente a esta hora de la mañana, son como las once y media.
Inmediamente les pido a mis vástagos que se sienten en esas sillas, ni bien lo
hacen comienzan a hacer avioncitos de papel con las publicidades de colores
dispuestas sobre el escritorio en cuestión.
Mientras veo a mis pequeños sigo de
pie al lado de la que escupe los tickets y me fijo que hay dos papelitos
olvidados sobre ella, uno dice B-68 y el otro B-69; reviso mi ticket: B-72. Me
pregunto si será posible que alguien haya dejado allí su ficha, digo dejado allí así
como si nada. Tomo los papelitos y reviso la fecha y la hora. Son fichas del
día y del momento. Tomo el B-68 y me alegro de mi suerte, al fin y al cabo son
cuatro números-clientes antes del que me había tocado legítimamente. Sonrío
disimuladamente, no vaya a ser que a alguien se le ocurra reclamarme por aquel
azar. En ese momento se desocupa una silla más y me acerco para sentarme. Al
lado mío se encuentra una dama de la tercera edad, cabello cano, piel blanca y
carmín rojo. Lleva unos anteojos oscuros que no me permiten distinguir el color de sus ojos. Tampoco llego a ver su papelito, así que ignoro qué número tiene, lo
que si llego a percibir es su molestia por el tiempo de espera, doble molestia
porque además la que escupe los tickets tiene estropeado el botón de la tercera
edad o para clientes de preferencia, lo dice el letrero escrito a mano que
reposa sobre la maquinita. Y triple molestia porque el cajero de la segunda
caja, no hay más que dos cajeros en un mostrador en el que podrían haber tres,
se ha puesto a conversar con un cliente-amigo con el que cuchichea quién sabe
qué. ¡Es una barbaridad!, comenta la señora, pero yo me abstengo de hacer
comentarios, no vaya a ser que mi suerte B-68 cambie de un momento al otro.
Mientras continuo mi propia espera siento que mi blue jean está mojado, hay una mancha blanquecina y húmeda en el mero centro de mi pierna derecha. “¡Ay, no, lo que me faltaba!”, me susurro con algo de impaciencia. La bolsa en la que cargo las botellas de agua, las bananas y las bolsitas vacías de Leche con avena de mis hijos ha hecho aguas sobre mi pantalón, pero también sobre el asiento y sobre el piso de la mutual. Surge desde mis adentros una especie de venganza injustificada y pienso: “Bien hecho, por hacernos esperar tanto”.
Mientras continuo mi propia espera siento que mi blue jean está mojado, hay una mancha blanquecina y húmeda en el mero centro de mi pierna derecha. “¡Ay, no, lo que me faltaba!”, me susurro con algo de impaciencia. La bolsa en la que cargo las botellas de agua, las bananas y las bolsitas vacías de Leche con avena de mis hijos ha hecho aguas sobre mi pantalón, pero también sobre el asiento y sobre el piso de la mutual. Surge desde mis adentros una especie de venganza injustificada y pienso: “Bien hecho, por hacernos esperar tanto”.
Me fijo
entonces en la pantalla, acaba de acercarse el cliente B-58 a una de las cajas,
me quedan diez por delante, “no es mucho” me digo, me miento a mí misma en
realidad y veo a mis hijos que todavía tienen para rato con las publicidades y
los avioncitos, eso es lo que espero al menos. La humedad de mi pantalón
seguirá, sin embargo incomodándome la pierna. Entonces sucede lo que sucede.
Cuando la pantalla llama al cliente B-59 se apresura una dama vestida con un sacón de color lila a la caja número dos y mientras pasa por mi lado va diciendo lo siguiente: “Una señora me dejó su ficha, pero no ha vuelto hasta ahora, así que se la regalo”. ¿Me habla a mí? Al parecer sí, se está dirigiendo a mí, entonces me extiende la mano sin dejar de caminar y me pasa el boleto, lo veo y no puedo creerlo, es el B-60. Me quedo mirando el papelito y siento sobre mi rostro la implacable mirada de la dama de mi lado, veo a mis hijos, los avioncitos han comenzado a volar y buscan un espacio amplio que la pequeña sucursal de la Mutual La Paz no puede ofrecer. Me siento culpable (y afortunada), pero solo un poco y cuando no me queda más tiempo para otros sentimientos, la pantalla me llama: B-60, B-60, B-60 y yo me acerco y deposito y me alegro y me voy.
Cuando la pantalla llama al cliente B-59 se apresura una dama vestida con un sacón de color lila a la caja número dos y mientras pasa por mi lado va diciendo lo siguiente: “Una señora me dejó su ficha, pero no ha vuelto hasta ahora, así que se la regalo”. ¿Me habla a mí? Al parecer sí, se está dirigiendo a mí, entonces me extiende la mano sin dejar de caminar y me pasa el boleto, lo veo y no puedo creerlo, es el B-60. Me quedo mirando el papelito y siento sobre mi rostro la implacable mirada de la dama de mi lado, veo a mis hijos, los avioncitos han comenzado a volar y buscan un espacio amplio que la pequeña sucursal de la Mutual La Paz no puede ofrecer. Me siento culpable (y afortunada), pero solo un poco y cuando no me queda más tiempo para otros sentimientos, la pantalla me llama: B-60, B-60, B-60 y yo me acerco y deposito y me alegro y me voy.
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