La consulta




IllimaniCity, 23 de julio de 2014
 
Querida Mariposa Acuática:

Las vacaciones de invierno llegaron inexorablemente a su final. La otra rutina ha comenzado y el tiempo ha vuelto a convertirse en un enano sinvergüenza, sarcástico e irónico. 

Hoy llevé a los retoños a la consulta médica que la escuela de fútbol les solicita a todos los niños que sueñan con hacerse futbolistas y ganar mundiales y meter goles. A mí -en principio- me alegra que mis hijos hayan salido deportistas.

El consultorio del médico que atendió a mis pedazos es una habitación blanca que queda en la entrada del pequeño estadio obrero. Tiene una sala de espera improvisada, diría yo, en la que hay dos bancas enclenques dispuestas una frente a la otra. Allí esperamos hasta que el médico abrió la puerta del consultorio y nos pidió que nos sacudiéramos la ropa antes de entrar, esto porque el césped sintético del campo de juego tiene un complejo incurable de sanguijuela, te lo había contado ya. La espera fue larga, larguísima, sobre todo para ellos que tuvieron que aguantarse no sólo la espera, sino también la sacudida general y la terminante prohibición de jugar con la pelota en aquel recinto.

Cuando por fin nos tocó el turno, entramos. El doctor, un hombre bajito y la verdad, bastante entrado en años, llevaba un grueso chaleco gris en el que tenía la palabra MÉDICO estampada en la parte de atrás, una gorra azul que jamás abandonó su cabeza durante la consulta y una cola de caballo que amenazaba con salir desde las profundidades de su espalda. Un médico deportólogo con todos los atributos necesarios, háganme el favor. 

¿A quién atiendo primero?, preguntó y yo le dije: Al que usted quiera. ¿Quién es el mayor?, volvió a inquirir. Yo, saltó a decir con el orgullo típico de los hermanos mayores el 7añero. Aquí huele mal, sentenció entonces el 5añero con su sonrisa de investigador científico ante un descubrimiento genial. Trágame tierra, pensé yo sin saber dónde esconder mi bochorno. Y la triste verdad es que realmente olía mal, a sucia humedad.

Supuse que el médico se hizo al loco o al sordo, pues no reaccionó. La consulta siguió. ¿Es usted la mamá?, quiso saber. Sí, respondí. ¿Cuántos años tiene el niño? Siete. ¿Diez? No, siete. Ah. ¿Apellido paterno? Cárdenas. ¿Cómo? Cárdenas. El 7añero y yo nos miramos al mismo tiempo y nos sonreímos, al parecer lo de la sordera no estaba tan lejos de la verdad.

Cuando le tocó el turno al 5añero se repitió el mismo procedimiento, incluso la pregunta: ¿Es usted la mamá? Y mientras el médico le daba de martillazos divertidos a las rodillas de mi hijo menor, escuché claramente el arrullo de unas palomas que parecía provenir del techo. Elevé la vista y allí estaban, dos palomitas en pleno arrumaco sobre el techo de calamina del consultorio.

Salimos cuando ya la noche estaba impresa. Y heme aquí, contándote esto antes de apagar la luz y esperar un nuevo sol para la rutina.

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