IllimaniCity, 18 de julio de 2014
Querida
Mariposa Acuática:
La clase de
fútbol concluyó a las 11:15. El uno vino a contarme que había ganado su partido
con un marcador de 15 a 2, todo un acontecimiento cuando se tienen 5 años. El
otro me dijo que su equipo también había ganado, pero con un 2 a 0 en el
marcador; esta vez él no había metido ningún gol. ¿Qué podía decirles yo? Que
me faltaban diez páginas por leer de una crónica buenísima y que me tenía
atrapada: Un extraterrestre en la cocina de Julio Villanueva Chang, un texto
extenso sobre un maestro de la gastronomía, el español Ferran Adrià y su
reconocidísimo restaurant denominado El Bulli (en Cataluña).
Con mis
diez páginas pendientes tuve que recoger botellas, balones, chamarras, gorras y
mis ganas de seguir leyendo y emprender la retirada de la cancha. Cuando íbamos
caminando rumbo a la salida y sobre el césped sintético que siempre nos deja
los zapatos y los pantalones llenos de pequeños y molestos estambres de color
verde y que se pegan cual sanguijuelas a las medias de fútbol, el 5añero
preguntó si podían quedarse un rato más peloteando con otros niños; no lo pensé
mucho y accedí, era una manera de volver a sumergirme en El Bulli y en las
manías culinarias de Ferran Adrià. Me senté sobre un bloque de cemento
dispuesto a manera de banca frente al campo de juego. A mi lado izquierdo
estaba sentado un hombre al que se le notaba claramente la piel del rostro
embarrada con protector solar, solo hizo falta que se moviera un poco para que
me emborrachara con su tufo alcohólico. A mi derecha había otro hombre al que
la delicadeza no le alcanzaba para disimular sus asquerosos escupitajos
dirigidos a la parte trasera de la banca. No había otro sitio y tampoco mucho
tiempo, así que abrí mi libro electrónico y continué mi lectura.
Decía el
texto: “David Cubero, un camarero con pinta de estudiante de ciencias, nos
trajo una orquídea: tenía pétalos de yogurt y el tallo de su flor era un
chocolate con cacao pulverizado en el
plato”. Una obra de arte... efímera, como diría el propio Ferran Adrià. Tras el
punto final llamé a mis hijos y nos marchamos en medio de los penetrantes
olores que despedían los caldos y las frituras de las comideras apostadas en la
entrada del pequeño estadio obrero. “Hay almuerzo, sopita, señorita”, alcanzó a
decirme una de las doñas, pero yo estaba pensando en la orquídea con pétalos de
yogurt.
Después del
baño de rigor y la batalla para verstirlos estamos los tres listos para
almorzar. Es una rutina que, por lo menos durante esta vacación invernal, se ha
repetido sin muchas alteraciones durante los lunes, miércoles y viernes. El
menú es sencillo: asado de pollo a la plancha, arroz graneado y ensalada de
lechuga con tomate, brócoli, tomate y zanahoria. Esta vez –igual que la última
que comimos ensalada– no separé un poco de solo lechuga para mi hijo mayor, por
lo general se la come como si fuera un digno representante vegetariano, se come
solo la lechuga, sin nada más. Esta vez mezclé todos los ingredientes y le puse
vinagre y aceite a la ensalada y así mismo la serví en los platos, sin consultas
previas.
A mi hijo
menor no le gusta el brócoli, al mayor no le gusta el tomate, y a las madres se
les suelen ocurrir frases como esta: Ronaldo y Müller comen esto todos los
días. ¿En serio?, dice el 7añero. No es cierto, replica el 5añero y yo me
guardo una media sonrisa que me descubriría la mentirilla. De cualquier forma,
ahí están: el uno desafiando al otro con un arbolito comestible y el otro
desafiando al uno con una rodajita colorada.
De postre
yogurt el uno y un pastelito horneado por la abuela el otro. Y yo sin haber
probado jamás una de las delicias del famoso Adrià.
Comentarios
Publicar un comentario
Comentarios: