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Foto: Sandra López Villegas (Santa Cruz - Bolivia) |
La altura de La Paz no significó un problema para el Papa Francisco I, pese a su apretada agenda y a la velocidad con la que su papamóvil se desplazó desde el aeropuerto internacional de El Alto hasta el corazón de la urbe paceña en la Plaza Murillo, el Sumo Pontífice cumplió con Bolivia y sobre todo con los movimientos sociales que esperaron su intervención en el acto de clausura del II encuentro mundial de movimientos populares que se llevó a cabo entre el 8 y 10 de julio en la ciudad de Santa Cruz.
La visita
de Francisco tuvo momentos emotivos, así como anecdóticos y algunos polémicos.
El obsequio de un crucifijo enclavado en una hoz y un martillo que el
Presidente Evo Morales le entregara al Papa a pocas horas de su llegada a
Bolivia fue una de las imágenes que le dio varias vueltas al planeta, sin
embargo más intensas aún fueron las declaraciones de Francisco I a favor de la
demanda marítima boliviana y sobre las cuales también ha tenido que expresar su
parecer el gobierno chileno, pero el objetivo de este artículo es otro.
Francisco I
les dedicó su discurso más largo a los más de 700 dirigentes y representantes
de movimientos sociales de todo el mundo reunidos en la capital cruceña. Es
difícil resumir en unos cuantos párrafos el extenso y revolucionario mensaje
que la primera autoridad de la iglesia católica compartió con los movimientos
populares. Sin embargo la empatía con la lucha y los objetivos sociales de los movimientos, así como la profunda
reflexión sobre los macabros efectos del capitalismo y del dinero sobre los más
desfavorecidos de la sociedad así como sobre la Madre Tierra fueron los hilos
conductores del mensaje del Sumo Pontífice. Interrumpido en varias ocasiones
por los aplausos de aprobación y de ovación de los participantes, Francisco
demostró una vez más ser el representante de una iglesia católica que busca
acercarse al pueblo, que desaprueba y que está conciente de los terribles
crímenes que en nombre de Dios se cometieron en contra de los indígenas durante
la llamada conquista de América.
Al respecto
reproducimos aquí sus palabras textuales: “Y aquí quiero detenerme en un tema
importante. Porque alguno podrá decir, con derecho, que «cuando el Papa habla
del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia». Les digo, con
pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios
de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el
CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano y también quiero decirlo. Al igual
que San Juan Pablo II pido que la Iglesia y cito lo que dijo él «se postre ante
Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos». Y
quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue San Juan Pablo II: pido
humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los
crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de
América.”
Francisco
llamó a los pueblos a continuar con su lucha y lo hizo apelando y respetando
las genuinas ideas de los movimientos sociales; el Papa reconoció la
importancia de la identidad social y cultural de los pueblos admitiendo que
esta identidad merece ser defendida y que se trata de uno de los elementos más
importantes de una lucha social que está obligada a comprometerse cada día más
con los seres humanos y con la Madre Tierra. Estas fueron sus palabras: “El futuro
de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las
grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos;
en su capacidad de organizar y también en sus manos que riegan con humildad y
convicción este proceso de cambio. Los acompaño. Digamos juntos desde el
corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún
trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin
dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún
anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho
a la Madre Tierra. Rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a
nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y
los defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene
en pie: esa fuerza es la esperanza, y una cosa importante la esperanza que no
defrauda.”
Un hombre perdonado en Palmasola
“El que
está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de sus
muchos pecados. Y así es como me presento. No tengo mucho más para darles u
ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, sí quiero dárselos, sí quiero
compartirlo: es Jesús, Jesucristo, la misericordia del Padre que vino a
mostrarnos, a hacer visible el amor que Dios tiene por nosotros. Por vos, por
vos, por vos, por mí. Un amor activo, real. Un amor que tomó en serio la
realidad de los suyos. Un amor que sana, perdona, levanta, cura. Un amor que se
acerca y devuelve dignidad. Una dignidad
que la podemos perder de muchas maneras y formas. Pero Jesús es un empecinado
de esto: dio su vida por esto, para
devolvernos la identidad perdida, para revestirnos con toda su fuerza de
dignidad.” Con estas palabra inició Francisco I el mensaje que dirigió a los
reclusos del centro de rehabilitación de Palmasola, cumpliendo así con su
última visita en tierras bolivianas y dejando en aquel recinto uno de sus
discursos más penetrantes. Sus palabras dieron cuenta de su cabal conocimiento
de la realidad carcelaria del país y que es el reflejo de muchos otros centros similares:
“Reclusión no es lo mismo que exclusión, que quede claro, porque la reclusión
forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad. Son muchos los
elementos que juegan en su contra en este lugar –lo sé bien– el hacinamiento,
la lentitud de la justicia, la falta de terapias ocupacionales y de políticas
de rehabilitación, la violencia, la carencia de facilidades estudios universitarios, lo cual hace
necesaria una rápida y eficaz alianza interinstitucional para encontrar
respuestas.”
Francisco
llegó a Bolivia para compartir ideas y no exactamente para ser venerado; visitó
Bolivia para conocer la realidad que viven los más humildes y no precisamente
para servirse banquetes con los más adinerados. Para los millones de católicos
y católicas de Bolivia, la presencia de Francisco hizo rebrotar el amor, la
esperanza y la fe; pero en general, la presencia de Francisco en Bolivia puede
compararse con la presencia de un amigo latinoamericano al que nadie va a
contarle historias de los pobres sudamericanos, porque él las conoce bien, las
respeta y les reconoce su valor cultural, social e histórico. La visita del
Papa, fue sin duda alguna, una visita revolucionaria.
Nota: Una versión de este artículo fue publicada en el portal de Latinoamérica en el Centro (Latice).
Nota: Una versión de este artículo fue publicada en el portal de Latinoamérica en el Centro (Latice).
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