Aprendiendo a enseñar 6: La sopa de verduras, la clase de música, mis reencuentros




Una „Tagesmutter“ en Alemania es una mamá que ofrece servicios de cuidado y atención a niños cuyos padres tienen que trabajar. Para poder trabajar como Tagesmutter es requisito indispensable estar registrada como tal con la autoridad competente y ofrecer las condiciones necesarias en su domicilio particular para poder recibir a otros infantes; es así que no cualquier mamá puede ser Tagesmutter.

Cuando la Tagesmutter se enferma, los padres tienen un problema; sobre todo en Alemania, un país en el que los abuelos, las abuelas, los tíos y las tías y demás parentela no están automáticamente a disposición de los niños. Sin embargo hay otras soluciones, hoy por ejemplo, un colega de la primaria del Bosquecillo de los Robles asistió a todas sus clases en compañía de su pequeño hijo de dos años. Fue el toque especial del día. Destaco especialmente que fue el papá el que tomó la decisión de ir a trabajar con el pequeño, y no es que sea algo común en este país. Aquí, por lo general, son las mujeres las que deben dejar de trabajar un tiempo, hasta que los niños cumplan la edad para ir al Kindergarten.

Hoy pasé el día con el segundo grado. Es la clase más numerosa del colegio con 23 alumnos. En la ronda inicial de la mañana, cada niño cuenta lo que hizo el fin de semana. Tres de los 23 niños informaron sobre lo ocurrido el viernes pasado en Paris. La maestra tematizó el asunto y asumo que varios de los niños entendieron, sin embargo muchos de ellos no se pueden imaginar la magnitud del atentado.

Hoy disfruté especialmente la clase de música en este curso. El profesor, el único varón del cuerpo docente y el papá que llevó hoy a su pequeño a clases, hace la clase de música guitarra en mano, los niños –no todos, como sucede en todos los colegios– participaron muy sonrientes y entretenidos.

Durante la hora del almuerzo me llamó la atención –por segunda vez– ver los platos prácticamente intactos de varios niños. La sopa de verduras de hoy  no fue del agrado de todos y muchos de ellos solo comieron pan y yogur. Con solo eso en la barriga tuvieron que volver a la escuela para hacer tareas y esperar a sus padres hasta las cuatro de la tarde. A estos niños les toca aprender a comer de todo o hambrear hasta que lleguen a casa. 

Entre tanto quedan tan solo dos semanas para terminar este „retiro pedagógico“. Para cargar energías y renovar ansias, el fin de semana me escapé a la civilización. Estuve el sábado y el domingo en Karlsruhe, la ciudad en la que pasé casi una década de mis cuarenta. Después de casi cinco años, el sábado me reencontré con todas las mamis que formaban parte de Krabbelgruppe (grupo de gateo). Me emocioné mucho. En la noche me tomé una copa de vino con Lorsy, mi querida Lorsy, una amiga colombiana que nos ayudó a cuidar a mis hijos durante nuestro paso por Alemania. El domingo me ví con mis antiguos docentes de la Universidad y mientras dábamos una vuelta mirando tiendas cerradas, calles vacías y citadinos domingueros, ¡zas!, aparece de pronto una cara conocida: era una exalumna del Goethe-Institut. El domingo estaba hecho con tal sorpresa.

De vuelta a mi pueblo me tocó hacer un trasbordo en una estación vacía, oscura y fría. Hoy me alegro de estar de nuevo entre los 2334 habitantes de Salmtal y tomando mi té con miel para exorcizar al resfrío que desde ayer en la noche me acaricia la garganta.

Comentarios

  1. Querida Anita, un gusto enorme seguir paso a paso tu paso por ese pueblito tan pequeño pero tan cálido.

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  2. Querida Ana, qué bueno verte por Karlsruhe y leer tus experiencias por aquí. Un Abrazo!

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