Caminar de prisa por la calle, calculando el tiempo entre
una diligencia y otra, es algo de todos los días. Encontrar en medio de la
carrera una tiendita de barrio que ofrece duraznos, puede que también sea algo
común. Saber que tu hijo te ha reclamado ya dos veces la falta del fruto
aterciopelado en el hogar, pone en duda tu deber de madre. Sostener una conversación
científica con la caserita es lo que no tiene precio:
−¿A cómo tus duraznos?
−A un peso.
−Ya, voy a llevar.
−¿Cuántos?
−Diez.
−¿Me puedo escoger?
−Escoger, no. Elegir, sí.
Listo. Allí me quedé en principio sin argumento alguno para
rebatir la falsa utilización de un sinónimo. Pero pronto recupero el razonamiento y de paso me sonrío:
−Pero si es lo mismo. Escoger es lo mismo que elegir.
Allí interviene la ayudanta de la casera para apoyar mi
punto de vista. En voz baja le dice:
−Te está diciendo que es lo mismo, pues, elegir y escoger.
−Te está diciendo que es lo mismo, pues, elegir y escoger.
Pero la casera sabe bien de qué habla y no se deja achicopalar
con cualquier clienta.
−¡No, no es lo mismo! Elegir es agarrar nomás y ya. Escoger es que estás viendo una por una las frutas y las vas metiendo a la bolsa.
¿Quién soy yo para estrellarme contra constataciones del cientificismo cotidiano de una casera hecha y derecha? ELEGÍ mis duraznos con la boca cerrada, cancelé el monto y me marché. El asunto es que mi deber de madre no habrá de quedar en entredicho.
−¡No, no es lo mismo! Elegir es agarrar nomás y ya. Escoger es que estás viendo una por una las frutas y las vas metiendo a la bolsa.
¿Quién soy yo para estrellarme contra constataciones del cientificismo cotidiano de una casera hecha y derecha? ELEGÍ mis duraznos con la boca cerrada, cancelé el monto y me marché. El asunto es que mi deber de madre no habrá de quedar en entredicho.
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