La columna rota


¿Debatir o no debatir?

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Debatir o no debatir, he ahí la cuestión. Una cuestión que dejaría de serlo si llega a aprobarse el proyecto de ley sobre la obligatoriedad de debate electoral propuesto por el gobierno transitorio de Jeanine Añez. La norma “obligaría” a debatir a los candidatos a presidentes y vicepresidentes antes de las próximas elecciones generales que se llevarán a cabo en Bolivia durante este recién estrenado año 2020.

La polémica no se ha dejado esperar. Hay quienes están de acuerdo y quienes no. Hay argumentos a favor y consignas políticas en contra. En las condiciones tan delicadas en las que se encuentra nuestra débil democracia, un debate electoral debería hacerse sin una ley que obligue a los candidatos a llevarlo a cabo. Ellos deberían declararse dispuestos a presentarse ante el soberano y plantear sus ideas, planes y programas de gobierno sin intermediarios. ¿Cuáles son los intermediarios? Todos los medios de comunicación y desde hace ya varios años la diva de las redes 2.0: Twitter en la que la que todos los políticos existen solo cuando tuitean. Las campañas electorales como las conocemos, a través de medios escritos, la radio o  la televisión, nos muestran candidatos de pasarela, maquillados, bien vestidos y con speechs aprendidos de memoria y que muy poco cuentan de sus verdaderas intenciones en el poder; nos muestran unos candidatos, al fin y al cabo, lejanos e inaccesibles.

No es que un solo debate o varios, como es el caso de países como México y Brasil que tienen una cultura de debate más asentada en la región, nos muestren la luz, pero al menos es un ejercicio político-ciudadano en el que deberíamos involucrarnos todos los que tenemos en nuestras manos la tremenda responsabilidad del voto. En Bolivia hemos aprendido a la mala y con sangre que nuestra decisión política expresada en el voto tiene que convertirse en uno de nuestros bienes más preciados. No todos los ciudadanos militan en un partido político y no todos tienen un candidato de preferencia. En mi caso, ni si quiera tengo uno con el que me sienta medianamente representada o identificada, así que si debo elegir a uno, el debate es la herramienta que me permitiría comparar en tiempo real las propuestas de los candidatos, conocer su capacidad de argumentar y su umbral de tolerancia ante el intercambio de ideas con los demás.  

Evo Morales jamás aceptó participar en un debate, ni antes ni después de su funesto paso por el poder y ese gesto era ya la primera impresión de lo que para él significaba la democracia. En 2002 se negó diciendo que él solo debatiría con el entonces embajador de los Estados Unidos en Bolivia, Manuel Rocha. Era claro que ya entonces sus intereses eran sectoriales y no nacionales. Años más tarde, el 2005, Evo tampoco se presentó a debatir.
El sistema político boliviano no cuenta aún con estructuras democráticas establecidas en las que además podamos confiar como ciudadanos, es decir procesos que se hayan hecho costumbre en nuestro cotidiano vivir como electores. La segunda vuelta electoral o las elecciones primarias son innovaciones de la última década y que todavía deberán recorrer un largo camino para asentarse en nuestra forma de hacer política. Ni hablar de nuestro cavernario sistema electoral en el que hasta los muertos emiten votos desde el MÁS allá.

Las primeras elecciones en Bolivia, después de la recuperación democrática de 1982, se estrenaron con debates electorales que si bien se hicieron de distintas maneras y perseguían objetivos diversos, tendrían que haberse consolidado como un ejercicio político-ciudadano que buscara hacer del elector un protagonista del voto. Votar con conocimiento y conciencia no ha sido el común denominador de nuestra carrera democrático-electoral en Bolivia.

Los debates, según afirman estudios hechos al respecto, no cambian de manera determinante las tendencias de una votación, pero fortalecen la cultura político-ciudadana que tanta falta nos hace. Un debate nos permite “ver en acción” a los candidatos. Para quienes no se toman el trabajo de leer propuestas y programas electorales, puede que se trate del único momento en el que se informen sobre estos antes de emitir el voto.

Aun pese al fraude comprobado durante las elecciones del pasado 20 de octubre, varios analistas y los mismos políticos aseguran por ejemplo, que el Movimiento al Socialismo (MAS) todavía es una fuerza política que pese a la falta de su caudillo eterno e inmortal, Evo Morales, podría conseguir resultados interesantes en las próximas elecciones. Sería nefasto para Bolivia tener nuevamente un gobierno masista y es por eso que no podemos rifar nuestro voto por simple revanchismo o castigo. Sea con debate de por medio o no, es nuestra obligación saber a ciencia cierta a quién le estamos otorgando nuestro tesoro: el voto.       

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