La columna rota


Palabras que el viento no se lleva

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Verba volant, scripta manent son las palabras que se le atribuyen al senador y escritor Cayo Tito cuando se dirigió en un discurso al senado romano allá por el siglo I. En “español”, el adagio en cuestión se traduciría como “las palabras vuelan, lo escrito queda” o “lo escrito, escrito está y las palabras se las lleva el viento”. A lo boliviano diríamos: “papelitos cantan”, aunque si nos ponemos literales, se trataría igualmente de darle un valor oral a los papeles o documentos que pueden comprometer a las personas ya sea para bien o para mal.

Partiendo de la idea propuesta por aquel orador romano, se deduciría que el sentido de sus palabras hace recaer el valor de lo escrito por encima de lo oral. Pero resulta que el verdadero significado de aquellas palabras era el completamente opuesto y que a lo largo de los siglos éste fue cambiando hasta convertirse en lo que hoy es convención: lo escrito es lo que cuenta.

Cuando Jorge Luis Borges se refirió a su compatriota y colega de letras, Alberto Gerchunoff en ocasión de escribir el prólogo de su libro Retorno a Don Quijote, señalaba: “Sin proponérselo y quizá sin saberlo, encarnó un tipo más antiguo: el de aquellos maestros que veían en la palabra escrita un sucedáneo de la oral, no un objeto intrínsecamente sagrado”. ¿A qué maestros se refería Borges? A Pitágoras que “desdeñó la escritura”, a Platón que “usó el diálogo para obviar los inconvenientes del libro, que no contesta las preguntas que se le hacen”, a Clemente de Alejandría que opinaba que “escribir en un libro todas las cosas era como poner una espada en manos de un niño”. Sobre las palabras de Tito, Borges es claro al decir que éstas fueron pronunciadas para “prevenir el peligro de los testimonios escritos”.

Aunque los “papelitos canten”, el valor de la palabra dicha, escuchada y compartida tiene peso y tiene fuerza, la tradición oral da fe de aquello. Como seres humanos creemos en esa palabra pronunciada y confiamos en su veracidad, no porque se trate de una promesa, sino porque la tomamos como un compromiso de buena fe; más aún si se trata de la palabra que uno empeña con honor. Pero llegar hasta el honor en el actual contexto político boliviano es una tarea imposible, precisamente porque honor es lo que menos tienen quienes aspiran y codician la silla presidencial como si de eso dependiera su vida y que en su momento negaron –hasta tres y más veces– su intención de llegar hasta ella aduciendo que sus intereses eran otros. El momento en el que nos damos cuenta que la palabra dicha ha sido traicionada, primero nos sentimos desconcertados, luego desamparados, finalmente llenos de rabia; nos sentimos engañados.  

El complejo de hongos en humedal que hoy aqueja a los políticos y no tan políticos que de alguna manera dieron su palabra y negaron hacerse de una candidatura y que amanecen cada día con ínfulas de presidenciables los tiene enceguecidos ante el verdadero interés común. Que todos los que quieran puedan candidatear porque estamos en democracia, ¡perfecto!, pero bastante absurdo bajo las condiciones en las que se encuentra Bolivia en este momento.

Estamos a escasos cuatro meses de realizar unas nuevas elecciones generales, no lo estamos haciendo porque nos parezca un ejercicio electoral-ciudadano de beneficio, lo estamos haciendo porque estamos apenas saliendo de un estado convulsivo que por poco nos lleva a una guerra civil y al resquebrajamiento definitivo de nuestra democracia. Hasta aquí llegamos porque hubo un gobernante que quiso eternizarse en el poder bajo el hipócrita discurso de que gobernaba escuchando al pueblo y de que eran los movimientos sociales los que le exigían que no dejara el Palacio Quemado. Incluso se construyó uno aparte, la Casa del Pueblo y la decoró con todos los lujos acordes al socialismo del siglo XXI. Pero nada de esto parece importar. Allá vamos otra vez, con al menos diez candidaturas para las elecciones del próximo 3 de mayo, sin ninguna propuesta de unidad ni ningún candidato de consenso. Si a las palabras se las lleva el viento, pues a nuestra democracia se la llevarán pronto Arce Catacora y Choquehuanca si la bendita oposición no mira de una vez por todas el peligro que existe en llenar una papeleta electoral y que ahora amenaza con traer la foto de Evo Morales como candidato a primer senador por el MAS de Cochabamba.

Como ciudadanos hemos ganado. Hemos fortalecido nuestra autoestima y no estamos dispuestos a aceptar un gobierno que nos ningunee otra vez o que nos haga creer que la disputa es entre k´aras e indígenas; ahora sabemos de lo que somos capaces; nunca olvidaremos lo que logramos después de 21 días de paro y el horror que sufrimos en 48 horas de desgobierno, pero esta no es la mejor manera de recibir a los nuevos mandatarios. Bolivia se merece días mejores, palabras que se cumplan y politiqueros que desaparezcan.  



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