Amalia: Destino y decisión
Amalia no jugaba
con muñecas. Ella recortaba fotografías y noticias sobre aviación que
encontraba en periódicos y revistas y las guardaba como si de un tesoro se
tratara. Su sueño era convertirse en piloto y volar. Pero no fue un sueño que
desapareciera con la adolescencia o la juventud. Dedicó su vida entera para
hacerlo realidad. Y para que una mujer pudiera lograrlo en los años 20 del
siglo pasado tienen que haber conspirado todas las fuerzas de su entereza como
mujer. Hablamos de un tiempo en el que la mujer no tenía derecho al voto y cuyo
lugar estaba en la casa y en la cocina, no en las nubes piloteando un avión. Un
tiempo en el que los prejuicios ante tales atrevimientos de género eran más
voraces que aves de rapiña ante la presa muerta.
Amalia Villa de
la Tapia nació en Potosí el 22 de junio de 1893. Al terminar la escuela
secundaria en su tierra natal, se mudó con su familia y sus cuatro hermanos a
Tacna primero y luego a Lima. En 1916 se convirtió en maestra de primaria, pero
no era el destino que sus alas, enormes e inquietas, querían alcanzar. Es así
que seis años más tarde, en 1922, después de haber pasado por la Escuela de
Aviación Civil de Bellavista en Lima, obtuvo su licencia como piloto convirtiéndose
en la una de las primeras mujeres aviadoras no sólo de Bolivia, sino de Sudamérica.
En un Curtiss JN-4, un biplano de origen estadounidense, Amalia surcó el cielo
peruano y entre las nubes dejó su nombre escrito para siempre. “¿Fue mi destino
o mi decisión? No tenía miedo ni al motor ni a la altura ni a la muerte. Ya
había practicado demostraciones y acrobacias aéreas; pero una poderosa emoción
me tomaba entera.”, dijo cuando se refirió a aquel vuelo que le otorgó la
licencia para volar.
Se dice fácil,
pero no lo fue. Para poder rendir ese primer examen, era requisito que tuviese
su propia aeronave. Las autoridades peruanas le ofrecieron entonces otorgarle el
avión que necesitaba más un reconocimiento si ella aceptaba la nacionalidad
peruana. Amalia rechazó aquel chantaje disfrazado. Y aunque en Potosí se logró
hacer una colecta para hacer posible que se presentara a la prueba de aviación,
hay versiones que indican que finalmente el dinero reunido fue invertido en la
compra de los primeros aviones bolivianos. Sin embargo de todas las piedras, lo
logró.
Fue ella también
la que consiguió que el entonces presidente de Bolivia, Bautista Saavedra,
fundara la Escuela Civil de Aviación en nuestro país. Su aporte a la Fuerza
Aérea Boliviana no solo es histórico, sino también documental. Los tres tomos
de Alas de Bolivia, historia de la aviación boliviana fueron escritos por Villa
de la Tapia.
En los años 30, la
aviadora boliviana cruzó el gran charco y obtuvo su segunda licencia en la
Escuela de Aviación Caudron de Crotoy en Francia. Pero la dama de las nubes no
se conformó con cumplir su sueño. Cuando volvió a Bolivia no dudó ni un
instante en ofrecer sus alas como soldado en la Guerra del Chaco, pero claro, las
Fuerzas Armadas no se lo permitieron por ser mujer. Recién en 1958 formó parte
oficialmente de la Fuerza Aérea Boliviana, entonces tenía 65 años y recibió el
rango de capitán y más tarde el de teniente coronel. En 1980, durante el breve
mandato de Lidia Gueiler Tejada, Villa fue ascendida al grado de coronel.
Esta guerrera
potosina falleció con 101 años de edad en Cochabamba en el año 1994. Muy poco o
casi nada se difundió sobre su trascendental paso por la historia de la
aviación sudamericana, hasta que en 2012 la reconocida escritora boliviana,
Gaby Vallejo publicó su biografía novelada Amalia, desde el espejo del tiempo
(Ed. Kipus).
Amalia es
importante. Siempre lo será. Pero hoy lo es más porque las escritoras potosinas
están actualmente en campaña para hacer que la Gobernación de ese departamento
bautice con su nombre el aeropuerto internacional que se encuentra en plena
construcción en la Villa Imperial. Nada sería más acertado para hacer volar
nuevamente el nombre de esta boliviana pionera que la historia no ha sabido
destacar como se merece. A ellas me sumo con este aporte. Por ella y por todas
las Amalias que vuelan alto con sus sueños, para que se hagan realidad.
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