La sensatez y los bonos
Ana Rosa López Villegas
¿Cómo se gana un mago mediocre la simpatía de los niños? Lo hace con sus
trucos de magia, claro, pero sobre todo repartiendo golosinas y premios. Así es
que mientras dura la mágica presentación, los más pequeños no pierden el
interés y durante ese tiempo no piensan en ir al baño o en comer un trozo de
torta; están distraídos y el resto de sus necesidades anestesiadas.
Lastimosamente algunos políticos tratan así el tema de la redistribución de los
recursos del Estado y apelan a una serie de bonos que si bien tienen la
intención de paliar las necesidades inmediatas de grupos poblacionales
vulnerables, a la larga se convierten en dádivas insostenibles y difíciles de
pagar. Esto sin contar con el descontento de la gente ante la sola posibilidad
de quedarse sin estos beneficios temporales que les hacen creer que se tiene
bienestar.
El gobierno de Evo Morales se mantuvo en el poder en parte debido a los
bonos que repartió a manos llenas durante más de una década en algunos casos. El
bono Juana Azurduy, el bono Juancito Pinto y el bono Dignidad beneficiaron por
varios años a las mujeres gestantes, a los escolares y a los ancianos mayores
de 65 años del país, sin embargo para hacerlos sostenibles no solo se tuvo que apelar
a los recursos de Tesoro General del Estado, sino también a préstamos
internacionales. Las llamadas empresas estratégicas estatales, tales como ENTEL
o YPFB fueron también en su momento la fuente de estos bonos, o al menos eso
fue lo que el ahora candidato presidencial del Movimiento al Socialismo (MAS)
nos hizo creer. La estrategia de recurrir a los bonos para ganar votos o el
apoyo de grupos sociales mayoritarios no fue sin embargo, innovación del MAS.
El pago de este tipo de beneficios fue introducido durante el primer gobierno
de Gonzalo Sánchez de Lozada y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR)
con la creación del Bonosol que hoy se conoce como bono Dignidad. La gran
diferencia radica en que el bono solidario del MNR era financiado con las utilidades
de las empresas capitalizadas en aquel entonces.
En Latinoamérica por otra parte, se considera que uno de los subsidios más
urgentes es el de desempleo y hasta la fecha solo seis países de la región lo
contemplan como parte de sus economías. Si bien Uruguay, Brasil, Argentina,
Chile, Colombia y Ecuador pagan este bono de maneras diversas, la
característica común es el pago del beneficio por un tiempo promedio de seis
meses. Los pagos van disminuyendo de manera gradual como una forma de incentivar
al desempleado a reinsertarse en el mercado laboral. Según datos del Banco
Mundial, solo un 17% de los cesantes en
Latinoamérica cuenta con este tipo de seguro cuya principal barrera es el alto
grado de informalidad laboral que existe en la región.
En Bolivia los bonos generaron una imagen de estabilidad que la mayoría
consideró real, nos referimos sobre todo a esos grupos sociales que fueron
secuestrados ideológicamente por el masismo y que hoy por hoy se han convertido
en las llamadas hordas defensoras del extinto proceso de cambio. No somos un
país que esté preparado económicamente para pagar subsidios o bonos a largo plazo.
Nuestra economía se balancea sobre un subibaja y es muy complicado separar las verdaderas
intenciones de estabilidad social de las enteramente electorales. Y si avanzamos
un poco, el MAS se manejó con estos bonos hasta en los últimos minutos de su
agonía. No podemos olvidarnos del famoso bono lealtad de 3000 bolivianos que le
fue depositado a por lo menos 36000 efectivos policiales durante la crisis
política de noviembre de 2019. Aunque varios miembros de la policía se
sintieron indignados con aquel pago, la intención del gobierno era clara.
Buscaban comprar la dignidad de la policía nacional, institución que al final
de cuentas jugó un papel preponderante en la caída del gobierno de Evo Morales
con los motines policiales en casi todos los departamentos del país.
Al parecer en Bolivia los políticos no son capaces de aprender de los
errores. Los critican en su momento, pero en seguida vuelven sobre los pasos de
quienes los cometieron. El candidato de la alianza Libre 21 y expresidente,
Tuto Quiroga presentó como parte de su oferta electoral el pago de un
denominado “bono pitita”, un monto de 10 mil bolivianos que inicialmente se
pagaría a todos los bolivianos mayores de 18 años, ese grupo que según Quiroga “será
dueño del 80% de las empresas estratégicas”. El gobierno transitorio tampoco se
ha librado de caer en la moda de los bonos y se ha comprometido a crear el
llamado Bono Familiar, que otorgará la suma de 500 bolivianos por cada niño que
vaya a una escuela fiscal y que se planea entregar en abril próximo, es decir
en medio de la tremenda crisis del coronavirus.
Una cosa está clara, ningún bono compra sensatez y lo estamos comprobando en
estos momentos en el que parte de la población boliviana no está consciente del
peligro al que expone a la sociedad entera al no acatar el estado de emergencia,
la cuarentena y todas las otras medidas que se han decretado con tal de frenar
el avance del coronavirus en el país.
*Comunidadora social
Twitter: mivozmipalabra
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