El desafío de la distancia

Ana Rosa López Villegas
Pablo Maurette es
un escritor, guionista cinematográfico y profesor de literatura argentino que
en 2017 le dedicó un libro entero al sentido del tacto. El libro que lleva por
título El sentido olvidado. Ensayos sobre
el tacto, rescata la importancia del contacto físico en sus diversas formas
y apelando a las aún más diversas connotaciones culturales que éste pueda
tener. Maurette señala en su texto que “la piel es la frontera infranqueable
que a un tiempo nos separa del mundo y nos conecta con él”. Y según explica, “los
hábitos táctiles de los pueblos son esenciales a la hora de adentrarse en ellos”.
Siguiendo su planteamiento, podemos afirmar que tampoco es desconocido el hecho
de que la distancia física la determina cada ser humano dependiendo del tipo de
relación y de intimidad que tenga con las personas que le rodean.
En las
circunstancias actuales, en todas partes del mundo se ha instalado la distancia
física como una medida de bioseguridad. Muy poco importan en este momento los
lazos afectivos que tengamos con otros seres humanos, el distanciamiento físico
se ha hecho norma. Mucho antes de esta crisis sanitaria global, la distancia
parecía no ser un obstáculo para estar en contacto con nuestros seres queridos,
amigos, familiares o colegas de trabajo. Las nuevas tecnologías y la infinidad
de redes sociales virtuales redujeron esas distancias que parecían infranqueables
y nos permitieron reencontrarnos con personas a las que no veíamos hace tiempo
o de las que no teníamos ninguna información. La distancia a la que hoy nos
obliga el coronavirus tiene sin embargo, un sabor muy distinto. Es un sabor
amargo y cuenta con presencia real en nuestras vidas. Las colas que se forman
en las puertas de los supermercados, en los mercados, en las farmacias y otros
puestos de venta de lo más esencial nos confinan a dos metros de distancia como
mínimo de nuestro prójimo. Son dos metros que en algunos casos podrían hacer la
diferencia entre la salud y la enfermedad, claro, solo en caso de que esta regla
sea respetada de manera disciplinada.
Sin pensamos en
lo que fue nuestra vida normal hasta hace menos de un mes, dos a lo sumo en
otras regiones del mundo, la distancia física nunca fue un tema ni de
conversación y menos de preocupación. Caminar por las calles, dentro del
mercado o en un centro comercial y estar a un escaso medio metro de distancia
de otras personas formaba parte de una realidad que no requería de reflexión,
se daba de manera natural. Rozar brazos, codos y piernas en situaciones
sociales cotidianas era parte de nuestra forma involuntaria de ser.
Así la distancia física
se ha convertido en un desafío en nuestra vida cotidiana, un desafío que se
hace más grande si nos ponemos a pensar en los miles y miles de niños y jóvenes
en edad escolar que en este momento tienen que “aprender” en casa. Las escuelas
y los colegios están vacíos, las pizarras desnudas de trazos y las tizas
intactas. Los timbres y las campanas no llaman al recreo y no hay ningún
bullicio que aplacar. El ambiente que ofrecen un aula o un salón de clases para
la enseñanza-aprendizaje es un espacio lleno de vida y muy dinámico. Se trata
de un sitio en el que el contacto físico se da de forma espontánea. Nos referimos
a un lugar en el que el maestro o la profe se mueven como pez en el agua y los
estudiantes, de acuerdo a sus características y distintas formas de aprender,
se desarrollan en parte gracias al contacto con otros niños de su edad. En casa
las condiciones son muy distintas y las distracciones más frecuentes. Ya no se
trata solo de hacer una tarea de matemáticas o de lenguaje, hoy los escolares
se ven enfrentados a organizar su tiempo para rendir en todas las materias del
colegio. Y así como hay diferentes caracteres entre los niños, también hay distintos
tipos de padres y madres; unos tendrán más paciencia que otros, quizá algunos
descubran que la enseñanza puede ser apasionante y habrá otros que valoren aún
más el trabajo que hacen los maestros diariamente en las aulas. En cualquier
caso, estamos frente a una educación a distancia improvisada que, aunque
obligada por las circunstancias, está enfrentándose a la urgente necesidad de
reinventarse y plantearse una mejor forma de llevar la escuela a la casa.
Hoy son los
padres y madres quienes tienen que estar pendientes de correos electrónicos de
los profesores, imprimir las tareas (en el afortunado caso de contar con una
impresora), explicarlas y en algunos casos hasta controlarlas. Y no solo la escuela se ha marchado a la
casa, en muchísimos casos también lo ha hecho el trabajo o el desempleo de
muchos padres y madres que seguramente se sienten agobiados con la responsabilidad laboral y la preocupación
por la salud de sus familias. En esas condiciones, tanto el trabajo como la
educación se enfrentan a un reto mayor: el de la paciencia.
Son tiempos
difíciles, tiempos de distancia. Busquemos en ellos la mejor manera de llevar
adelante este aislamiento que nos permitirá disfrutar con el sentido olvidado
todos nuestros futuros reencuentros.
*Comunicadora
social
Twitter:
mivozmipalabra
Comentarios
Publicar un comentario
Comentarios: