Ana Rosa López Villegas*
¿Qué lección nos
deja el coronavirus a su paso? Que no conoce de discriminación alguna. No le
importa la edad ni el origen ni el color de la piel. No se fija en las
diferencias físicas que pueden existir entre una persona y otra. No tiene en
cuenta la zona en la que viven o la forma en la que trabajan o el idioma que
hablan. Si de alguna virtud puede jactarse, ¡qué ironía!, es de ser un ente que
ha puesto a toda la población del planeta en igualdad de condiciones. Y lo ha
hecho sin apelar a la política o a la religión. Sin embargo, hay plagas aún
peores en el mundo, lacras que deambulan por las calles y las llenan de odio y
crueldad, de violencia desmedida e injustificada, que generan angustia, ira e
impotencia. Una de ellas lleva el nombre de Derek Chauvin, el ahora exoficial
de la policía estadounidense que, abusando de su poder y sin medir ninguna
consecuencia, asesinó a un inocente en plena vía pública y haciendo caso omiso
del pedido desesperado que su víctima le hacía.
“No puedo respirar”,
esas fueron las desgarradoras palabras que apenas podía pronuncia George Floyd,
el ciudadano afroamericano que tuvo la tremenda desdicha de caer en manos de la
ley en la ciudad de Minneapolis en el estado norteño de Minnesota. Según informaron
medios internacionales, George habría pagado una cajetilla de cigarrillos en un
negocio, en el que era cliente habitual, utilizando un billete falso, uno de 20
dólares. ¿Eso cuesta la vida? Al ser interceptado por los agentes de la
policía, se dice que Floyd se negó a bajar de su auto y fue obligado a hacerlo
por la fuerza. Puesto boca abajo contra el piso, inmovilizado, esposado, desarmado
e indefenso, el oficial Chauvin clavó su rodilla en el cuello del detenido y
ejerció tanta fuerza bruta que terminó por quitarle la vida. Los reportes
fiscalas señalan que Chauvin presionó el cuello de Floyd durante 8 minutos y 46
segundos. 526 segundos de angustia, desesperación y terror que nadie pudo
detener. De esto nos enteramos porque una transeúnte que caminaba por allí tomó
su teléfono celular, filmó el hecho y se unió al pedido de otras personas que gritaban
por la vida de George. Cuando llegó la ambulancia lo único que quedaba por
hacer era declarar la muerte de Floyd. Ocurrió el 25 de mayo pasado.
Como en las películas
y series gringas que vemos en la televisión, el famoso FBI, Buró Federal de
Investigaciones, se hizo cargo del caso y tras sus investigaciones concluyó que
el “incidente” calificaba como asesinato involuntario o en segundo grado. Todos
los policías que intervinieron en el acto fueron destituidos y el autor principal
está tras las rejas. Sobre él pesaría una condena de 40 años de cárcel en caso
de que sea declarado culpable por la “justicia” estadounidense.
¿Cuánto importa
que Floyd haya pertenecido a la comunidad afroamericana? ¿Los policías hubiesen
actuado de la misma manera si se hubiese tratado de un sospechoso blanco? ¿Por qué
tuvieron la necesidad de ejercer tanta violencia para detenerlo cuando no opuso
resistencia alguna? Son muchas interrogantes que a lo mejor no pueden responderse
solamente a la luz de este caso. Lo que más aterra es pensar que este tipo de
sucesos se repitan todos los días en los Estados Unidos o en cualquier otra parte
del mundo y con cualquier persona, sin importar el color de su piel. Al menos
sabemos que esta vez la indignación en el país del norte ha superado las
pantallas de la computadora, los tuits o los posts de Facebook. La gente ha salido
a las calles a protestar de manera pacífica en contra de la violencia, en
contra del racismo, en contra de la insensatez policial. Las demostraciones
masivas se han dado en los cincuenta estados norteamericanos. Cientos de
personas se han congregado en las calles, la mayoría de ellas con barbijos, para
demostrar su solidaridad, pero también su impotencia, su rabia y dolor. Las
imágenes de las pancartas y letreros con el retrato de Floyd y de las que quizá
fueron sus últimas palabras, “no puedo respirar”, le han dado la vuelta al
mundo. A esta campaña se han sumado también prominentes personalidades de
diversos ámbitos, diplomáticos, deportistas y políticos de todas partes.
Lamentablemente
la protesta derivó en disturbios y saqueos. Los manifestantes destruyeron
negocios e incendiaron varios inmuebles. Más de 4000 personas fueron arrestadas
en todo el país. Y cuando lo que más se necesitaba del mandatario de uno de los
países más poderosos del mundo era un llamamiento a la paz y al esclarecimiento
de un crimen injustificado, el “dignatario” estadounidense, Donald Trump, no
tuvo reparo en enviar un mensaje incendiario a través de la red Twitter y
caldear aún más los ánimos de la gente. “Estos rufianes están deshonrando el
recuerdo de George Floyd y no permitiré que eso suceda. Acabo de hablar con el
gobernador Tim Walz y le dije que los militares están con él para lo que
necesite. Cualquier dificultad y asumiremos el control, pero cuando comienza el
saqueo, comienzan los disparos”: este fue el mensaje que ya fue borrado de la
red por ser considerado una “glorificación” de la violencia, pero la intención no
se borra, no tiene vacuna y anda suelta. Ojalá un día se acabe la estupidez.
* Comunicadora social
Twitter: @mivozmipalabra
Es terrible lo que ha pasado, pero no soy tan optimista respecto a la duración de esta conciencia contra el racismo, creo que será para la mayoría, otra cuestión más de moda. Espero equivocarme. Habrá que decir respecto a Trump, que precisaría de toda una reflexión entera respecto a su fascismo, su estupidez y su escamoteo a la humanidad. Si pensamos en Bolivia, cuántos serán víctimas de racismo, o discriminación, que termina en algo similar a lo de Floyd, habría que pensarlo. La "seguridad interna" siempre han servido de pretexto para cometer atrocidades, en nuestro país también. No en vano el ministro de Gobierno es conocido como "el bolas",quizás sea un mote que le calce bien al pelirrojo estadounidense...
ResponderBorrarHola, no sé quién eres, pero te agradezco la lectura y el comentario en la columna rota. Lastimosamente tienen que salir a la luz este tipo de atrocidades para recordarnos las modas de turno. El racismo es una enfermedad de antigua data y va a ser muy difícil sanarla. Al menos las protestas fueron esta vez mucho más fuertes y masivas que en otras ocasiones.
ResponderBorrarEl unknown de más arriba soy yo, Walfre...
BorrarEntonces era correcta mi sospecha ;)
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