
Ana Rosa López
Villegas*
Recuerdo el cuatro de noviembre del año pasado con toda
la sensación de que era un sábado. Hay hechos que se graban así, de maneras
extrañas en nuestra cabeza. Pero mi certeza de que en realidad ese día era un viernes
y no un sábado viene de la mano de un calendario y de los acontecimientos
pasados que las redes sociales como Facebook te hacen recordar, aunque no
lo quieras.
Ese día compartí un video en el que se veía un
enfrentamiento violento entre los vecinos del condominio en el que vivía con los
transportistas y las caseritas de la cuadra de enfrente. Esas a las que les
comprábamos el pan de cada día, textualmente. Todavía veo con claridad al taxista
que levantando una roca tremenda entre sus manos quería atacar a un ciudadano
que bloqueaba la calle. Ambos estaban ensangrentados, heridos en su piel y en
su orgullo, ambos bolivianos. Esa mañana fui testigo de esas escenas que sucedieron
a escasos dos metros de distancia. Grité. Junto con otras personas pedimos
ayuda. Algunos llamaban a la calma, otros al combate. Nadie me lo contó. Así pasamos
días de días en la zona. Aunque no asistí a ninguna reunión de coordinación como
les llamaban a los encuentros de vecinos que armaban estrategias de bloqueo,
salí todas las noches a orar con mis compañeros de morada. Mientras los adultos
rezábamos, todos los niños se la pasaban golpeando ollas con cucharas de palo,
así se sumaban al cacerolazo de protesta que por varias noches se hizo concierto
en las noches paceñas y de todo el país.
Ahora sé que la sensación de sábado era porque en Bolivia
estábamos a la mitad de un tiempo sin tiempo. Porque tenía ya dos semanas sin
ir a trabajar, porque mi rutina estaba suspendida y la noción del tiempo se
parecía a una cortina de niebla e incertidumbre. En noviembre del año pasado
estábamos habitando una tierra de nadie y siendo víctimas del desgobierno.
Bloqueando las calles en todos lados. Defendiendo nuestro voto y pensándolo un
poco más, también nuestra libertad.
Hoy parece que todo ha cambiado. ¿Nadie se cansa? Al
contrario, hay muchos bolivianos cansados, hartos de tener que vivir en el país
de los sobresaltos. Ha pasado un año impensable, agotador y todavía difícil de
coagular. Elecciones. Fraude. 21 días de resistencia. Cabildos. Marchas.
Rotondas. Estribillos. Renuncia del pseudo presidente democrático. Retirada de
las ratas del barco que se hundía. Vandalismo. Más incertidumbre. Zozobra. Gobierno
transitorio. Pandemia. Elecciones. Nuevo triunfo del Movimiento al Socialismo
(MAS). ¿Fraude? Cada vez son más numerosas las voces de quienes aseguran que
hubo nuevamente una estafa electoral. Salvador Romero está en la mira, es el
blanco de todas las críticas. ¿Tienen la obligación él y su equipo de darle
explicaciones al país? ¿Cuál es el argumento? A lo sumo podemos enumerar los
hechos que refrendaron la victoria no deseada. Recordemos. A poco de terminada la
elección y mucho antes de que se conocieran los resultados oficiales por parte
del Tribunal Supremo Electoral fue la mismísima Añez la que reconoció el
triunfo de la dupla del dizque partido socialista boliviano. Le siguió Carlos
Mesa, ¡qué ironía!, el mismo que 12 meses antes había levantado la voz de
alarma frente al fraude. Ni qué decir del icónico exlíder cívico, Luis Fernando
Camacho. Su metamorfosis venenosa, de cívico a candidato, duró más que el
tiempo que se necesitó para contar los votos que había recibido. Votar por el
tercero no resultó ser la mejor estrategia para evitar que el MAS llegará al
gobierno.
Hoy que la distancia me separa de las calles de mi
patria, todavía puedo ver, sin embargo, a miles de compatriotas que ni se
rinden ni se cansan. Leo en los periódicos que todavía no se puede vivir en
paz. Que los nuevos parlamentarios del MAS han comenzado demostrando que son unos
pésimos ganadores y siguen provocando a la oposición y por ende a quienes no los
apoyaron durante la campaña. Triste oposición. Me pongo en los zapatos de esos senadores
y diputados que tendrán que vérselas con el masismo por los próximos cinco
años. Pero, sobre todo, revivo la piel del pueblo, por lo menos de todos
aquellos que no votaron por Luis Arce Catacora y que todavía se niegan a aceptar
una verdad que no supimos leer hace un año atrás: Evo no era el MAS, el MAS se
había convertido en una opción política para mucho y transcendió al líder caudillista
para sorpresa de muchos y desencanto de otros.
A tres escasos días de la posesión del nuevo gobierno, corren
ya los preparativos, se especulan los nombres de los nuevos ministros,
reaparecen sombría figuras como la de Quintana y entonces es inevitable sentir
la piel de gallina o tener la sensación de que hemos retrocedido 14 años atrás.
Pero hay tres fantasmas que rodean a los nuevos mandatarios y si por un momento
olvidáramos quienes son, sabemos que el escenario que se vive en la actualidad
sería escabroso para cualquier gobernante. La crisis económica, la pandemia y
Evo Morales siguen siendo las grandes amenazas para Bolivia. Ojalá que Arce y
Choquehuanca estén a la altura de un gobierno que mire hacia adelante sin
dejarse arrastrar por el todavía vigente y enfermizo apetito de poder de quienes
pretendieron perpetuarse en el gobierno.
Esto es lo que veo desde la distancia que me separa de mi
patria y que a veces hace de cobija y muchas otras de nostalgia.
* Comunicadora
social
Twitter: @mivozmipalabra
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