
Ana Rosa López
Villegas*
“La vida es bella” es el nombre de una de mis películas
favoritas. Tiene comedia, romance, drama y sobre todo verdad. Es una verdad que
cala hasta el alma porque en algún momento de nuestra historia fue una
horrorosa realidad, una pesadilla que todavía pesa y lastima. Trata de un padre
amoroso que intenta hasta el último minuto de su vida hacer que su pequeño hijo
conserve su “libertad” manteniéndolo aislado de los horrores que lo acechaban
en el campo de concentración nazi en el que se encontraban detenidos. En la película
el final es feliz, después de todo. El niño ve cumplido su sueño de conducir un
tanque de guerra y su deseo de volver con su madre, aunque esto haya costado la
vida de su progenitor.
Pero pasemos a la realidad. El 27 de enero de 1945,
cuando ya Hitler se encontraba hundido en el ocaso de su monstruoso poderío, el
mundo apenas sospechaba de las masacres cometidas en los campos de
concentración que se establecieron en territorio europeo, sobre todo alemán, entre
1933 y 1945. Ese día se logró la liberación de los prisioneros de uno de los
más espantosos campos de concentración que hayan existido, el de Auschwitz-Birkenau
en Polonia. Anatoly Shapiro es el nombre del oficial ruso que fue el primero en
llegar al lugar. Según su propio testimonio, abrió la verja y lo primero que
vio fue un grupo de entes, sobrevivientes del infierno. “No parecen seres
humanos, lucen terrible, son puro hueso", dijo al mirarlos. A él se
sumaron sus compañeros, todos veían lo mismo. Montañas de zapatos, prisioneros en
condiciones infrahumanas, cadáveres y niños aterrorizados que gritaban
"¡No soy judío!". El hedor era insoportable.
Todavía estremece pensar que el sistema administrativo
con el que se manejaron estos lugares de exterminio y muerte fueron impuestos y
financiados con el objetivo de encarcelar de forma indefinida y sin derecho a ninguna
defensa a las personas a las que el régimen nazi percibía como una amenaza a la
seguridad. El objetivo era “eliminar a las personas y a los grupos pequeños por
medio de homicidios, alejados del escrutinio público y judicial y explotar los
trabajos forzados de la población de prisioneros”. Los opositores y líderes
disidentes al régimen del nacionalsocialismo alemán debían ser borrados del
mapa, esa era la consigna y fue cumplida al pie de la letra. Familias enteras
perdieron la vida a manos de los nazis, miles de niños quedaron huérfanos y
abandonados. No hubo compasión ni con los ancianos.
Las cámaras de gas en las que fueron cruelmente
asesinados cientos de miles de prisioneros y los crematorios en los que sus cuerpos
eran convertidos en cenizas tenían que ser manipulados por los mismos judíos, quienes
fueron obligados a matar a sus propios hermanos. Todos sufrieron violencia,
todos padecieron actos de crueldad y si algunos de ellos lograron salir con
vida, después soportaron las consecuencias psíquicas de una experiencia
traumática que ningún ser humano merece transitar.
Uno de los peores infiernos de este tipo se vivió en
el campo de concentración de Auschwitz. Más de un millón de personas fueron
asesinadas allí, no solo en las cámaras de gas, sino también por inanición y
maltratos físicos. La mayoría eran judíos, inocentes víctimas de la estupidez
de un caudillo nefasto, autoritario y racista. El Holocausto del cual Hitler
fue responsable ha dejado víctimas para toda la Humanidad y para no olvidarlas
y honrar su memoria, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en 2005 una
resolución que condena todas las manifestaciones de intolerancia religiosa,
incitación, acoso o violencia contra persona o comunidades basadas en el origen
étnico o las creencias religiosas, donde quiera que tengan lugar y estableció
el 27 de enero de cada año como Día de conmemoración en Memoria de las Víctimas
del Holocausto.
Tras largos años de silencio, Julius Hollander se
atrevió a contarle su testimonio al mundo “para que nunca nadie más se atreva a
negar lo que padeció el pueblo judío durante el Holocausto”. Es el único
sobreviviente de su familia, pasó dos años en Auschwitz y cuando salió decidió
anular en su mente los recuerdos del infierno. “Es como un olvido a propósito,
terapéutico, porque no se puede vivir con tantas muertes”, dijo al hacer público
su padecimiento.
Los jóvenes preguntan muchas veces por qué hay que
aprender historia. En repuesta podríamos repetirles aquella célebre frase que
dice: “Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla” y que se le
atribuye a Napoleón Bonaparte. Otros dicen que fue el filósofo español Jorge
Agustín Nicolás Ruiz de Santayana el que acuño un pensamiento similar cuando
dijo: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. También
podemos mencionarles que estas palabras también se pueden encontrar en inglés y
en polaco y que justamente estaban escritas en las afueras del campo de
concentración de Auschwitz. O podemos apelar a otro tipo de herramientas
pedagógicas y mostrarles con hechos que un pueblo sin memoria es realmente un
pueblo destinado a no tener un futuro, al menos no uno que le permita construir
sin odios, sin discriminaciones y sin resentimientos. Prohibido olvidar.
* Comunicadora
social
Twitter:
@mivozmipalabra
Instagram:
@misletrasmislibros
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