
Ana Rosa López
Villegas*
¿Por dónde comienzo? me pregunto muchas veces cuando me
dispongo a tejer y veo que mis ovillos están tan enredados como una mata de
madreselvas en pleno florecimiento. Suelo armarme de mucha paciencia para buscar
la punta de cada lana e ir envolviéndola en mis dedos con tal de desatar la maraña.
Estiro uno a uno los hilos y cuando parece que el nudo está a punto de
desatarse, aparecen nuevos escollos, enredos más apretados e imposibles. Es
todo un desafío a la paciencia y en un sentido más abstracto, a la comprensión.
Mi gran tentación siempre es tomar la tijera y con su
filo darle fin al laberinto. Aunque los pedazos de hilo amputados se pueden juntar
con nuevos nudos, el ovillo nunca más será el mismo. Así queda la certeza de
que me tocarán puntos en los que tendré que esconder las hebras sueltas mientras
los tejo, señal inequívoca de que allí hubo un quiebre o de que ese pedacito de
lana fue parte de un embrollo mayor y que tuvo que padecer un corte porque no fue
posible apelar a otra solución.
Así me imagino también la vida y sobre todo la realidad
que vivimos actualmente. Este marzo que amenazaba con ser un mes de zarandeos
políticos y electorales sin pausa nos ha parado en seco y de la peor manera. Nos
ha mostrado un nido de peligrosos enredos que nadie se atreve a desatar, que es
más fácil esquivar apelando a la tijera de la indiferencia o de la hipocresía.
Siete jóvenes estudiantes de la Universidad Pública de El
Alto (UPEA) encontraron la muerte de forma horrorosa el pasado martes 2 de
marzo. Cayeron 17 metros desde el cuarto piso en el que se encontraban
forcejeando con otros compañeros tras haber asistido a una asamblea estudiantil
convocada para ese día. Es aquí donde comienza el nido de los absurdos, el
enredo de las sinrazones que no tienen justificación ni explicación alguna. Se
trataba de jóvenes universitarios que asistieron de forma obligada a una
reunión que no debió haberse convocado bajo ningún argumento en medio de una
pandemia y una crisis sanitaria que ya se ha llevado la vida de 12 mil personas
en Bolivia. ¿Qué criterio puebla la mente en formación de estas personas? En
esas condiciones resulta realmente criminal llamar a una reunión en la que se controlará
asistencia y amenazar con sanciones y el pago de multas por inasistencia. Aquí aparece
un segundo hilo presto a anudarse. ¿Cuáles son los intereses económicos y/o
políticos que están detrás de este hecho? ¿Qué urgente necesidad tenían los
dirigentes estudiantiles para propiciar una aglomeración de personas que terminó
por quitarles la vida? No podemos quedarnos otra vez con el discurso de que los
culpables deben identificarse y ser castigados con todo el rigor de la ley y
dejar que la tijera del tiempo convierta en hilachas la tragedia que se vivió
en El Alto. Se pudo haber evitado. La UPEA tiene que responder por los hechos
acontecidos, explicar por qué no se cumplió la regla de evitar multitudes en
sus predios. Los dirigentes estudiantes tienen también mucho que decir y ojalá
que reflexionar. Me gustaría pedirles que piensen en el futuro que les espera
como profesionales, en el objetivo de su formación universitaria, en el aporte
que quieren dejarle a la sociedad y a sus familias, a las suyas, porque las de
los universitarios fallecidos tendrán que aprender a vivir con la ausencia de sus
seres queridos.
Más hebras por desentrañar, ¿por qué es tan difícil
cumplir las reglas? ¿Por qué tenemos que buscarle siempre un atajo a la ley
para satisfacer un apetito personal o de grupo que no conjuga con los intereses
de un colectivo mayor como es la sociedad? ¿Dónde tienen que aprender las personas
que el único objetivo de las reglas es el bienestar de todos? ¿En la casa con
sus padres? ¿En el colegio con sus maestros? ¿O en la universidad con sus compañeros
de estudios?
La politización de la desgracia no ha demorado nada en
tomar la escena. Acusados y acusaciones de todo tipo están a la orden del día y
en todos los medios, pero los muertos, muertos están y detrás de ellos el dolor
de siete familias, de amigos y hasta desconocidos que además sufrieron el trauma
de ver morir a estos jóvenes en la pantalla de su celular, porque para hacer
más difícil el enredo, tampoco se puede dar con la punta del ovillo del morbo y
el amarillismo que ya ni los mismos periodistas son capaces de censurar.
Una baranda es una es estructura enclenque como para
sostener el peso de esta maraña de muerte, irresponsabilidad e irracionalidad.
Al vacío caemos todos como sociedad y de algo tendrían que valer estos golpes
tan duros. 17 metros de caída deberían darnos vértigo y asentar el principio de
la vida como piedra angular de los valores. Pero ese no es tema que importe en
plena etapa de cierre de campaña electoral. Con jolgorio y celebraciones que
también violan la norma sanitaria, los candidatos en todo el país se tomaron un
minuto para expresar sus condolencias y apaciguar su centavo de conciencia,
pero ninguno para detener su egocentrismo político y banal. Que sepan que ellos
también forman parte de un ovillo con el que se puede tejer, pero que en
cualquier momento se puede enredar.
* Comunicadora
social
Twitter:
@mivozmipalabra
Instagram:
@misletrasmislibros
Un análisis concreto y sesudo que murstra como se han perdido los valores, ya no vale el ser humano cómo individuo, sólo sirve de escalera para servir a otros afanes (políticos y dirigenciales)
ResponderBorrarGracias por leer el artículo y tu comentario. Lamentablemente no puedo identificar tu contacto.
BorrarTal cual querida Anita, personalmente pienso que podía evitarse con no salir de casa y respetar la pandemia, pero más puede la TOZUDÉS de un grupo de desadaptados dirigentes que talvéz ni saben lo que realmente quieren.
ResponderBorrarGracias el comentario, lamentablemente no puedo identificar los contacto. Un saludo.
Borrar