Ana Rosa López Villegas*
La columna de hoy se la
debo por completo al jucumari que fue avistado en pasados días en el Parque
Nacional de Cotapata, al norte de La Paz. Comparto plenamente la emoción expresada
por Vicky Ossio, confundadora del refugio animales silvestres Senda Verde de
Yolosa que fue testigo del hecho. Igual que ella y los guardaparques que vieron
al animalito en su hábitat natural, pienso que es un privilegio que la naturaleza
nos ha otorgado como señal para seguir protegiendo a estas especies en peligro
de extinción.
Ver caminar al osito en
medio de las agrestes montañas del altiplano, tan tranquilo y sin saberlo,
protegido por la vigilante mirada de los guardaparques del lugar, se siente
como una terapia, como un bálsamo que, aunque brevemente, nos oxigena un poco
de la realidad pandémica que vivimos en todo el mundo. Muerte y dolor se
apaciguan con imágenes como esas y nos brindan el momento adecuado para enseñarles
a nuestros hijos que no es lo mismo ver este tipo de especies en el zoológico o
en otro tipo de recintos en los que si bien gozan de protección, carecen de
libertad. Hay que explicarles a los más pequeños que el cautiverio es una forma
de prisión para estos seres vivos y que tener la posibilidad de verlos en su entorno
natural es realmente un regalo. Aprovechemos para decirles que la vida de estos
osos merece respeto y amor, que su hábitat tiene que ser protegido del ser
humano y su accionar destructivo y que la fauna y la flora nos permiten gozar
de un mundo más hermoso y saludable, que sin egoísmo alguno nos comparte lugares
en los que podemos admirar la naturaleza sin estropearla tirando basura,
ocasionando incendios o matando animales. Hablemos con ellos de la responsabilidad
que tenemos todos con el medioambiente.
De las ocho especies de
osos que existen en el mundo, solo una de ellas, la del jucumari, habita en
Sudamérica, específicamente en Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. En
el país se encuentran en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija,
pero es muy difícil divisarlos debido a la extensión del territorio. Según estimaciones actuales, en Bolivia existen alrededor
de 3000 individuos.
El jucumari u oso andino
es además conocido como el jardinero de los Andes porque “cumple un rol
importante en el ecosistema al ser un gran dispersador de semillas en el bosque”.
También es denominado como oso de anteojos debido a que el pelaje que rodea su
hocico es de un color marrón mucho más claro que el del resto de su cuerpo. Según
la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza (UICN), el oso andino es una especie “vulnerable”
y en Bolivia hemos conocido de casos muy lamentables de tráfico y maltrato, uno
de los peores fue el de Ajayu, que en 2016 casi encontró la muerte tras la
brutal paliza que le propinaron los comunarios de la localidad cochabambina de
Komer Kocha. Aunque logró salvarse, quedó ciego y su larga rehabilitación
comenzó en el Refugio de Vida Silvestre Senda Verde.
La bióloga boliviana, Ximena
Velez Liendo, ganadora del Premio Whitley 2017 otorgado por la Fundación
Whitley para la Naturaleza (WFN) con el proyecto "Conservación a través de
la coexistencia: Osos andinos y gente", explica que esta especie tiene
hábitos diurnos porque tienen muy mala visión, aunque lleve “anteojos”. Se alimentan
de plantas, frutas y mamíferos, así como de aves e insectos.
"Si los bosques no
están produciendo suficiente alimento a causa del cambio climático, entonces
los osos se ven forzados a buscar fuera de éste” y es allí donde se genera el
conflicto con las comunidades aledañas, porque los jucumaris pueden atacar el ganado
de las comunidades. Esto provoca que los comunarios les tengan miedo y los
maten, explica Velez. De acuerdo con sus investigaciones, actualmente se está
trabajando con ciertas comunidades principales en las cuales las actitudes
hacia los osos están cambiando y mejorando, en las cuales se está intentando
trabajar el cambio de comportamientos y el mejoramiento de la calidad de vida.
El establecimiento de proyectos piloto tiene como objetivo desarrollar soluciones
que permitan al hombre y al animal cohabitar de manera armónica en el mismo
territorio.
Me permito hoy dedicarle estas palabras a esta hermosa especie silvestre porque me es muy difícil no pensar en la importancia que tuvo en la infancia de mis hijos. Cuando eran muy pequeños creé para ellos un sinfín de cuentos que tenían como protagonistas a dos ositos llamados Jukumari y Frontino (nombre con el que se lo conoce en Venezuela). El primero era boliviano y el segundo venezolano, así representé el origen y las diferentes nacionalidades presentes en la familia, aprovechando, además, que ambos comparten el territorio que se extiende entre el altiplano boliviano y las serranías venezolanas.
Uno de los pasajes favoritos
de estas historias se desarrolla cuando ambos ositos, que son primos-hermanos,
se encuentran para jugar a orillas del Lago Titicaca. Sus múltiples aventuras
en aquel territorio van desde tomar vuelos sobre las poderosas alas de un
cóndor, hasta recolectar kantutas para probar la deliciosa mermelada que hace
la mamá de Jukumari. Juku y Frontino, que aman jugar fútbol y explorar el terreno
que les rodea, pasan la mayor parte de su tiempo ayudando a otras especies
vecinas que se encuentran en dificultades. Aunque la adolescencia de mis chicos
deja cada vez menos espacio para las aventuras de los ositos, el osito andino
de Cotapata ha sido la mejor excusa para que recordemos juntos las historias de
su niñez.
* Comunicadora social
Twitter: @mivozmipalabra
Instagram: @misletrasmislibros
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