Fuente: https://artenet.es/cuadros/profundidad-abstracta |
Ana Rosa López Villegas*
Se terminan, los despedimos. En pocas horas se van otros 365 días
atiborrados de incertidumbre para la mayoría de la gente. Ha sido otro año
surreal por decir lo menos. Impensable. Absurdo. Inconcebible. El orden del día
lo ha establecido la pandemia, como sello común en todo el planeta. El
coronavirus ha comandado las acciones y ha sido el responsable de desbaratar
planes mucho antes de que estos pudieran ver cualquier tipo de luz. Sin embargo
el tufo de fin de año nos envuelve con sus ínfulas de hacer balance e
inventario. Nos susurra que miremos hacia atrás, en retrospectiva, para sopesar
todo lo que fue bueno y lo que fue malo. Nos deja la tentación palpitante de
hacer un inventario de lo que ha quedado en nuestros estantes a estas alturas
del año. Un catálogo de todo lo que hemos tenido que cambiar, reponer,
reinventar y desechar, tanto en lo material como en lo espiritual. Como un
anciano que ya lo ha vivido todo, el 2021 nos mira así, con la profundidad de
un sabio al que el tiempo ha arrastrado a la vejez sin compasión, pero también
con la candidez de un niño que apenas creció y que ahora tiene que marcharse, todavía
lleno de asombro y curiosidad, con los ojos abiertos y las ganas de continuar.
Las campañas de vacunación, las vacunas, los vacunados, los tests, los
barbijos, los movimientos antivacuna, las restricciones y los números han sido
el denominador común de estos doce meses y en todas las latitudes. No importa
cuán alejados hayamos querido mantenernos de las noticias y de la vorágine
vertiginosa de su carga, o por más cuarentena voluntaria que hayamos querido
ejercer, las nuevas reglas, las nuevas formas de convivir y de ser sociedad se
han parado firmes en todas las puertas y ventanas, se han colado por las redes
sociales, por el WhatsApp o a través de las conversaciones de gente
desconocida que a veces escuchamos en las calles y sin querer. Quizás ya no en
las cafeterías, sino en la cola de las farmacias. Quizás ya no en las butacas
de los cines, sino en las salas de espera de los hospitales.
Las oportunidades que unos vieron aparecer el 2020 en un mundo virtual
que parecía lejano se convirtieron en una realidad tangible el 2021. El
aprendizaje virtual, la enseñanza a distancia, los negocios online y muchas de
nuestras actividades cotidianas se han reducido al tamaño de las pantallas de
nuestro teléfono celular. La intensidad virtual ha superado toda expectativa.
Hemos buscado contacto con seres queridos, con amigos que hace tiempo no
veíamos, con personas que pensábamos estarían de paso en nuestras vidas y nos
hemos convertido en miembros de comunidades a las que nunca soñamos siquiera
pertenecer, pero que han sido en muchos casos el pilar que ha contenido
soledades, abandonos, arrebatos y frustraciones.
Para muchos otros la pandemia significó perder un puesto de trabajo o el
derrumbe de emprendimientos offline que en condiciones normales habrían
funcionado. Muchas valijas se quedaron hechas, muchos pasaportes sin sellar,
muchos caminos sin caminar. Tampoco hemos dejado de despedir a seres queridos,
amigos y conocidos este año. Quizás ya no preguntamos si se los llevó el virus,
pero lo intuimos, lo tememos y lo lamentamos. Los contagios siguen ahí,
pululando detrás de nuestras puertas, se mueven como fantasmas sin rostro, pero
con una identidad muy clara. Los que vencieron al virus pueden contar el
milagro, su testimonio de fe y supervivencia y pese a ello todavía hay quienes
se niegan, no a cuidarse a sí mismos, sino a respetar la vida de los demás sin
usar barbijo ni mantener la debida distancia.
Los festejos han seguido, igual que las reuniones, las fiestas y los encuentros,
sin abrazos ni apretones de mano. Así se han arrancado gajos de normalidad a un
presente que se vive en clave de hoy, sin hurgar mucho en el futuro ni en lo
que vendrá. Es fácil juzgar, es fácil no entender, es fácil criticar, es fácil
no empatizar, no importa el lado en el que uno se encuentre o sea identificado.
Ah, es fácil etiquetar.
En todos los casos, cada quien ha buscado rascar pedacitos de esperanza,
ya sea aprendiendo nuevas competencias, descubriendo ilusiones o compartiendo
el tiempo con quienes lo necesitaban. Una sonrisa escondida bajo el barbijo no
deja de ser sonrisa y llega como tiene que llegar, a veces de forma inesperada
o como un bálsamo de humanidad.
En esta especie de balance e inventario, no puedo dejar de mencionar el
cúmulo de sentimientos que mi hermosa Bolivia entreteje en mi corazón. A lo
largo de este año se han acumulado la impotencia y la bronca, el desasosiego y la
indignación porque todavía la veo y la siento acorralada, enajenada por un régimen
inmisericorde e ignorante, extraviado en la dimensión paralela de la revancha,
la venganza y la persecución. En el doloroso inventario de lo que este gobierno
ha dejado en este 2021 ocupa el primer lugar una educación absolutamente
abandonada, a la deriva, sin timón ni capitán. Millones de niños y jóvenes que han
dado un salto tecnológico al vacío porque la planificación y los recursos solo llenan
el papel del discurso. La salud ha ido por el mismo rumbo. ¿Qué decir de la
justicia y la democracia? ¿Qué decir de los derechos de los ciudadanos, de los
debidos procesos y el cumplimiento de las leyes y de los derechos humanos? Pero
en el balance pesa más la esperanza de mejores días, de un 2022 en el que no
callen las voces que se elevaron para denunciar la violencia política que se
vive, en el que no se cierren los ojos que ya vieron la verdad, en el que
sigamos exigiendo justicia, en el que sigamos reclamando libertad y sigamos añorando
una democracia de verdad.
* Comunicadora social
Twitter: @mivozmipalabra
Instagram: @misletrasmislibros
Enhorabuena por tu prudencia y sensatez
ResponderBorrarGracias por leer. Un abrazo hasta España.
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