Ensalada intercultural... con aceitunas, por favor


Si hace diez años alguien me hubiese dicho que la interculturalidad me iba a atacar por todos los flancos sin darme lugar a la fuga, me hubiese reido a pierna suelta, mostrando mi blanca dentadura y la roja carne de mi lengua. Pues bien, aquí viene la mejor parte: una confesión abierta, sin cura de por medio y sin necesidad de indulgencias.

Soy orureña, es decir boliviana, es decir sudamericana, es decir americana en el correcto y cabal sentido de este gentilicio. Soy colla, soy "latina" y mi lengua materna es el castellano. Aprobé con 100 el idioma Aymara en la Universidad y de tantos puntos lo único que me ha quedado es un kunasa sutimaj (¿cómo te llamas?). Soy hincha del "Santo" y de la barra más brava y futbolera de Bolivia. Me supongo mestiza y sin embargo cargo con dos apellidos herederos de la colonia. Hasta aquí vamos bien, sin contratiempos ni choques culturales, una quirquincha "normalita", devota de la Virgen del Socavón y ex-bailarina del mejor carnaval.

El año 2001 inicié mis autoexilios académicos, primero en Madrid-España y un año más tarde en Karlsruhe-Alemania. Las primeras incomodidades interculturales comenzaron a picarme en la lengua, intentando hablar un idioma a todas luces imposible y antipático; pero para el amor no hay ni incomodidades ni lenguas sueltas: conocí a mi esposo en la Mensa (comedor) de la Universidad, en la pequeña y universitaria ciudad de Karlsruhe, "la Tranquilidad de Carlos", en Alemania. Él, mi esposo, no es ni alemán ni europeo ni africano ni asiático, es tan sudamericano como yo y sin embargo tan distintos son nuestros acentos y modismos, tan distantes su caribe venezolano y mi altiplano boliviano, el nuestro es un matrimonio bolivariano. Nos casamos en un pintoresco y singular pueblito de Dinamarca llamado Sonderborg, solos él y yo. Nuestros hijos -dos varoncitos- nacieron en Alemania, en la Tranquilidad de Carlos, pero que quede claro -porque así nos lo aclararon por escrito las autoridades de por estos lares-, no son alemanes, son boliviano-venezolanos, son bilingues, tremendos y simpáticos.

Diez años después... y todavía soy orureña, es decir boliviana, es decir sudamericana, es decir americana en el correcto y cabal sentido de este gentilicio. Soy colla, soy "latina" y mi lengua materna es el castellano.

Y en fin... a esta ensalada sin fin se le podrían agregar un sinfín de ingredientes, de condimentos y de aderezos... a mí, por ejemplo, me encantan las aceitunas.

Comentarios

  1. wwooowww

    y alguna pensaste, o te imagiaste que algo de eso te iba asuceder???, ..no creo..
    saludos

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  2. Hola viajeros:
    Nunca. El destino es una caja de sorpresas :)
    Gracias por tu comentario.
    Saludos,
    Ana Rosa

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  3. Estimada Ana Rosa: disfruté mucho la gracia y desenfado feliz con que narras y solapas en la brevedad, tu gran historia. Habla de inquietudes, curiosidades y tiene el feliz acento del amor encontrado de súbito a la vuelta de una esquina, o en tu caso en lo que me imagino un par de ojos caribeños mirándote desde otra mesa dispuesta. Salud a ti y a los tuyos. Nos unen casi todos los ingredientes de tu ensalada, incluidas las aceitunas, viví en Canadá y siendo un gran y hermoso país, no fue fácil tampoco por allá ser "marrón". Afectuosos saludos .julio

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  4. Mi estimadísimo:
    Gracias por leer mis entradas, gracias por comentarlas y por la sorpresa de seguir encontrando iguales en este mundo tan desigual.
    Un abrazo,
    Ana Rosa

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  5. Muy buena tu entrada, me identifico mucho con ella pues mi vida ha trascurrido entre esa Venezuela caribeña donde nací y esa España desde donde un día mis padres emigraron y que hoy nos acoge de nuevo. Enseñar a nuestros hijos a no olvidar sus origenes y a querer el país donde viven y forjan su destino es quizás una buena manera de aderezar esa ensalada interculturar.
    Un abrazo.

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