Retazos de navidad

De pronto, muy pronto, el año se nos acaba. Las calles en diciembre están más concurridas que nunca. Las tiendas y los cafés llenos de gente presurosa y ocupada, con una inmensa lista de obsequios por comprar. Parece que lo que se vaciara es el corazón.
Las calles en diciembre se llenan también de mendigos, de pobres, niños y mujeres, madres. Las esquinas dejan de ser lugares tranquilos, y se colman de manos extendidas y vacías; de impotencias y ojos cerrados.
Las noches de diciembre son un bullicio que no deja escuchar el verdadero llamado de la Navidad: amor, esperanza, fe y paz.

Navidad en la tierra de nadie

Llegaron al anochecer. Hacía frío y estaba nublado. Tan pronto como estuvieron listos salieron a dar un paseo. La medianoche se venía impecable y con ella la Navidad. ¡Otra vez de viaje!, pensaron y era inevitable.
Se sintieron nostálgicos y con especial tristeza. El lugar no les ofrecía mayor inspiración. Entre las sombras de la cordillera lejana, brillaban opacas un montón de estrellitas.
Cada quien recordaba para sí las navidades en casa, en compañía de padres y madres, hermanos e hijos, con muchas risas y caricias. Pero en aquel lugar reinaba el silencio, estaban solos y rodeados de nada. En medio de aquella tierra escucharon como eco la voz dulce de mujeres que cantaban. Asomaron a la iglesia del pueblo y el canto los atrajo aún más.
Se sentaron en la primera fila, los feligreses iban llegando todos en familia. Los más pequeños correteando unos tras otros, con francas carcajadas y ropas sencillas. Los viajeros tenían disipada la tristeza y la paz llegó pronto, cuando se fijaron que en medio del altar un hermoso niño les extendía las manos y les sonreía con amor, entonces dejaron de sentirse solos y compartieron en “familia” el milagro de la Navidad.

El abrazo

Cuando entró a su casa no encontró mucho. Sobre la mesa reposaban doce buñuelos calientitos y un tarro de miel. Todavía traía en sus retinas la imagen de los juguetes y de las vitrinas, de las lucecitas tintineantes y los obesos hombres vestidos de rojo.
Con paso lento y cansado, apareció en medio de aquel pequeño cuarto una mujer anciana y de pelo muy, muy blanco. Contempló a su pequeño y se llenó de gozo. ¡Feliz Navidad! pronunció con dificultad y el pequeño se arrugó entre sus brazos y entonces no necesitaba nada, nada que no fuera aquel abrazo y ese beso cariñoso y húmedo que la mujer había depositado entre sus ojos.
Se sentaron a la mesa y rezaron. Comieron muchos buñuelos con miel y se sintieron felices.

Una noche en Belén, un hermoso niño nació en un humilde portal. Entre pajas y harapos, no necesitaba nada que no fuera amor, esperanza y fe. Gracias, Jesús, por lo que nos has dado, por la alegría y la tristeza; por la soledad y la compañía… por todo lo que nos permites vivir y aprender, gracias.

Publicado en Presencia Juvenil a principios del siglo XXI.

Comentarios

  1. ¡¡¡ FELIZ NAVIDAD Y UN VENTUROSO AÑO NUEVO !!!

    Tienes un buen blog, siempre lleno de excelentes textos.

    Recibe un gran abrazo.

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  2. Gracias, querido Javier, sobre todo por visitarme tan a menudo. Te deseo igualmente una felicísima Navidad y todo lo mejor en el 2011.
    Un abrazo,
    Ana Rosa

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  3. Que la ilusión y la esperanza
    sigan llamando a la puerta en
    el nuevo año que llega,
    y que se cumplan tus deseos.

    ¡¡¡Feliz año 2011!!!

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  4. Gracias Ricardo, te deseo también lo mejor en el 2011 y que sea como tú quieres.

    Un abrazo,
    Ana Rosa

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